domingo, 16 de marzo de 2008

E S T A F A D O R E S

Así nos ven y así nos dejan los de la Industria Farmaceutica


"Los Estados deben invertir en investigar en nuevos fármacos"
Entrevista al director del Secretariado de Propiedad Intelectual e Innovación en Salud Pública de la OMS, Germán Velásquez


Después de 20 años trabajando en la Organización Mundial de la Salud (OMS), donde coordina la política de medicamentos esenciales, Germán Velásquez (1948, Manisales, Colombia) se ha convertido en un gran conocedor del problema del abastecimiento de fármacos a los países en vías de desarrollo. Velásquez, que participó recientemente en la sede de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) en unas jornadas organizadas por Farmacéuticos Mundi , dedicó 10 años –antes de entrar en la OMS– a asesorar a los gobiernos de Mozambique y Mali en política farmacéutica. El experto cree que ha llegado el momento de que el derecho a la salud esté por encima de los intereses comerciales.
¿Qué papel juegan los medicamentos en los sistemas de salud de los países en vías de desarrollo?
El medicamento es absolutamente fundamental, sobre todo en el contexto de la pandemia del sida. Por lo menos seis millones de personas necesitan tratamiento en los países en desarrollo y sólo 1,2 millones lo reciben, lo que quiere decir que si no hay una movilización internacional muy grande, esos cinco millones van a morir en los próximos 3 o 4 años. El problema del acceso a los medicamentos afecta a dos elementos: la industria farmacéutica y sus intereses comerciales y el derecho a la salud.
¿Hay que mantener la actual regulación de las patentes farmacéuticas?
La OMS estuvo debatiendo durante varios años sobre qué es primero, si la salud o el comercio. Es un falso debate porque no podemos negociar con la salud; hablamos de un derecho humano que no se puede poner al mismo nivel. Tiene que prevalecer el derecho a la salud y el acceso a los medicamentos, y los intereses comerciales tendrían que estar supeditados al desarrollo económico y social.
Pero ¿cómo compatibilizar la rentabilidad con ese derecho y la necesidad de fondos para investigar nuevos medicamentos?
Es verdad que la investigación es muy costosa. El argumento de la industria es cierto, hay que invertir mucho, y por eso se les permite tener la exclusividad mediante la patente, pero tampoco podemos permitir que pasen 20 años sin que la gente pueda beneficiarse de un medicamento. El sistema está llegando a una especie de contradicción y hay que buscar métodos alternativos y ver cómo se puede financiar la investigación de forma que no esté totalmente supeditada al interés comercial.
¿Deberían los Estados ocuparse por sí mismos de investigar nuevos fármacos?
Sí, creo que los Estados deben intervenir más, aunque no esté muy de moda. La única solución es que el Estado investigue y, de hecho, los Institutos Nacionales de la Salud de EEUU investigan y descubren muchos de los medicamentos. Lo que ocurre es que cuando se descubren fármacos con fondos públicos se le ofrece la comercialización a una empresa privada que lo patenta. De esta forma, la sociedad puede estar pagando dos veces la investigación, cuando financia los institutos de salud y después, cuando paga el fármaco a un laboratorio que no fue el que lo investigó. En la Unión Europea hay mucha más sensibilidad porque todos los sistemas de salud de Europa están construidos sobre la base de la redistribución y es el Estado el que asegura la asistencia.
¿Qué opina de la posibilidad de que los medicamentos sean más caros en el mundo desarrollado para que puedan abaratarse en los países en desarrollo?
Ese es un discurso en el que creo muy poco; es lo que quiere la industria, precios diferenciales para pagar caro aquí y barato allí. Cuando me hacen ese planteamiento, le digo a la industria que si se comprometiera a que los precios no fueran un céntimo más caros en los países pobres que en los ricos, ya habría un progreso grande. Muchos estudios demuestran que un antibiótico puede costar cinco veces más en Kenia que en París, de manera que la industria está fijando los precios mucho más altos en esos países porque no hay control; están interesados en un grupo muy pequeño de población, del 5% al 10% que son los que pueden pagar los medicamentos de su bolsillo, ya que no hay seguridad social ni reembolso. Hay una anarquía total. ¿Cuál es el precio de un medicamento en esos países? Es lo que la sociedad puede pagar.
Muchas veces parece que patologías como el sida o la malaria, suponiendo un grave problema de salud mundial, son las únicas enfermedades importantes…
Hay que tratar de políticas farmacéuticas. El hecho de hablar de acceso a antirretrovirales, o a fármacos contra la malaria o la tuberculosis sólo nos está distrayendo y forzando a centrarnos en 20 o 30 medicamentos. Pero ¿qué pasa con el resto? Todos los fármacos para enfermedades crónicas, cáncer, diabetes... En estos casos el problema es el mismo, en los países en vías de desarrollo la gente no los puede pagar.
¿Habría que cambiar la política de entidades como la Fundación Gates para que sus donaciones fueran más equitativas entre las distintas enfermedades?
Habría que exigir, y creo que hay tentativas en la nueva administración del Fondo Mundial contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, que cualquiera de estas iniciativas millonarias no vayan sólo a abastecer de uno o dos medicamentos para un par de enfermedades; tienen que construir una política de medicamentos dentro de una política sanitaria, y no repartir tratamientos para una sola enfermedad.
¿Cómo se puede incentivar a los laboratorios para que inviertan más en patologías poco rentables?
Hay muchos mecanismos, como por ejemplo hacer que los ensayos clínicos, que son bastante costosos para la industria, los pagara el Estado. Eso abarataría los costes y sería incluso bienvenido por la industria. Habría que estimular todas las iniciativas paralelas al actual sistema de patentes; no reemplazarlo, pero hay que poner en marcha cualquier otro sistema que pueda funcionar, como, por ejemplo, dar un premio de varios millones de dólares a quien descubra un medicamento, y poner ese fármaco a disposición de los pacientes.
¿Es una línea a seguir la política de Brasil de suspender las patentes para beneficiarse de los genéricos?
Bueno, el caso de Brasil es muy particular porque tiene toda su industria farmacéutica nacional, y su política de importación de fármacos, centradas en objetivos de salud pública y desarrollo social. Es muy distinto al caso de la India, donde es un negocio como cualquier otro. En cambio, Brasil ha decidido que el medicamento es un bien social que debe estar accesible para todo el mundo. De hecho, podría exportar y no lo está haciendo porque no quieren hacer negocio.
¿Debería la OMS disponer de una mayor capacidad coercitiva sobre los Estados?
No estamos lejos, y me parece que este es el único futuro para la OMS. Seguir recomendando como en un sermón de iglesia no sirve para nada; la comunidad internacional tiene que darnos mecanismos de cumplimiento obligatorio, como ocurrió con la Convención sobre el Tabaco. ¿Por qué no hacerlo con la vacunación o el acceso a los medicamentos, o para investigar las enfermedades por las que la gente muere y enferma y no sólo las que van a tener un mercado potencial?
¿Cómo se puede conseguir esto?
Hacen falta incentivos. Hay miles de millones de dólares que la comunidad internacional está invirtiendo para aliviar enfermedades en los países pobres; ese es un incentivo importante para la industria.
¿Obstaculiza mucho EEUU el acceso a medicamentos esenciales en países en desarrollo en aras de intereses comerciales?
Esa es una pregunta un poco complicada para mí como funcionario de la OMS, pero creo que no es ningún secreto para nadie, como ha recordado Pascal Lamy—director general de la Organización Mundial del Comercio—, que lo grave en las relaciones con EEUU en materia de medicamentos es que no es el Gobierno el que está hablando, sino la industria. Y es tan poderosa que consigue exigirle al propio Gobierno estadounidense algunas medidas para proteger sus intereses comerciales.