jueves, 8 de julio de 2010

¿Qué hiciste en la dictadura, papá?

Diálogo con una psicóloga argentina que trató durante diez años a hijos de militares. María José Ferré y Ferré tiene 49 años y se recibió de licenciada en Psicología de la Universidad Católica en 1985. Durante diez años trabajó en una obra social de las FF.AA., con niños y adolescentes de hasta 18 años. Muchos eran hijos de militares que estuvieron en actividad entre los años 1976 y 1983. Durante la cursada de la diplomatura en Problemas y Patologías del Desvalimiento de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (Uces) se interesó en la temática y decidió investigarla.

Tomó los casos de 45 pacientes nacidos durante el período de la última dictadura.
Se especializó en el análisis de las pesadillas y se puso a estudiar sobre el tema.
A todos les pidió permiso para trabajar de manera académica con sus casos clínicos.

Presentó los resultados en el XI Foro Internacional de Psicoanálisis que se hizo en Chile en 2008.
Era una versión corta de la investigación, que se llamó Mi padre ¿fue? un represor: transmisión generacional del trauma.
Ese mismo año revalidó su título de psicóloga en Chile, defendiendo el trabajo completo.

Miradas al Sur la entrevistó en su consultorio, con las paredes cubiertas por una biblioteca llena de libros.

–¿Cómo nace el interés por esta temática?
–Empecé a notar una serie de características, síntomas y rasgos que se repetían en los casos. Armé ciertos patrones o cosas en común. Los psicólogos no creemos en las casualidades. Me interesé en todo esto y descubrí el sufrimiento de estos chicos y chicas, ya hoy hombres y mujeres de entre veinte y treinta años. Al crecer se fueron preguntando sobre qué hicieron sus padres en esa época.

–¿Cómo lo empezó a trabajar?
–Los pacientes traían a la sesión sus sueños y pesadillas. Empezamos a hablar, a interpretarlos y enfocarlos en la relación que podían tener con la actividad de sus padres. En vez de recibir resistencias, me encontré con que sentían alivio. Me decían “uy, ¿de esto puedo hablar acá?”, “¿a vos te puedo contar?” o “¿sabés que nunca se lo pude decir a nadie?”.

-Claro, justamente estando en una obra social de militares…

–Pero no se daba una particular indicación que diga “de esto no hay que hablar”. Crecieron con ese mandato. En casa se daban pautas que no se podían cuestionar. “Vos en el colegio tenés que decir que tu papá es peluquero”, les explicaban. Una paciente me decía: “Yo con ocho años me preguntaba, ¿por qué tengo que decir que es peluquero si es militar?”, “vos decís eso, porque lo digo yo”, le respondían. Ahora los pacientes son adultos, que si hoy en día van a una entrevista de trabajo definen a su padre como empleado estatal. Décadas después no pueden decir o prefieren no decir “mi padre es militar”.

–¿No lo decían con orgullo?
–No en esa época. En muchos casos la versión era que no se podía decir porque era peligroso o había gente mala. Los malos eran los otros. Era una cuestión de proteger a la familia. “¿Por qué no volvemos dos días seguidos por el mismo camino de la escuela?”, se preguntaban, por ejemplo.

–¿Qué síntomas se ven en estos pacientes?
–Me volqué en terapia al tema de las pesadillas, pero también hay síntomas físicos. Hay un común denominador, y no es el mismo en varones y mujeres. Todavía estoy analizando el por qué de la diferencia. Es la segunda parte de mi estudio. A grandes rasgos, en los hombres hay personalidades transgresoras: repetir en la escuela, consumo de drogas y hasta situaciones de delincuencia. Se podría hablar de lo que para esos papás sería transgresor, como hijos militando en partidos de izquierda o estudiando Filosofía. Cada generación hace lo que puede con lo que recibió de la anterior. Algunos repiten y otros tratan de elaborar algo distinto.

–¿Y las hijas mujeres?
–Tienen personalidades tendientes a la sumisión. Crecieron en el no preguntar, en el “no se entiende muy bien pero no importa”. Desarrollaron una capacidad de negación inconveniente para ellas mismas. Por ejemplo, encontré muchas chicas con relaciones de pareja terribles. Eran engañadas, los hombres tenían historias y hasta vidas paralelas. No era una canita al aire. Lo que llama la atención es que realmente no se daban cuenta. Te dicen que mucho no les “cerraba” cuando sus novios o maridos les decían “mirá, no me llames por las próximas cuatro horas porque voy a estar en una entrevista”. No está la curiosidad de investigar y no detenerse hasta entender. Está este entrenamiento, esta facilidad de negar, que por ahí otras personas no tenemos.

–Algo así como “el silencio es salud”...
–Claro, terminan ellas teniendo parejas donde hay cosas no dichas, secretas o cuestiones ocultas. El “de esto no se habla” está a la orden del día en la casa. No se habla del tema de la dictadura. Son familias donde el padre ha sido tan autoritario dentro del hogar como lo era afuera. El silencio es cualquier cosa menos salud. Todo lo no dicho tiene riesgo de ser repetido. Todo lo que se calla en una generación de alguna manera aparece en las siguientes.

–¿Eso es la transmisión transgeneracional?
–Sí, es como una posta. Un corredor que llega hasta un punto, le entrega el testimonio al siguiente corredor y ése arranca donde lo dejó el anterior. Le deja todo un saber inconsciente que se transmite por mecanismos que hoy por hoy no están del todo precisados, pero vemos los resultados. Como en las pesadillas.

–¿Cómo eran?
–Muchísimas historias de persecución. Los pacientes son los perseguidos y son atrapados. Incluso aparecen Falcon verdes. Otras veces eran los encargados de rescatar personas de situaciones de riesgo. A veces eran catástrofes naturales. Había una inundación y ellos eran quienes tenían que salvar a todos. Pero también tuve una paciente que soñaba que la torturaban con picanas y que la colgaban viva de un gancho. Describía las torturas que sus agresores le hacían con una nitidez que era escalofriante. Con lujo de detalles y en tanto lo vívido de su sufrimiento durante el sueño.

–¿No podrían haberlo escuchado u oído en algún lado?
–No lo vivieron, el conocimiento que tuvieron fue por lo que se enseña en la escuela. Los padres les decían “esa no es la verdadera historia”. Algunos tenían el Nunca Más abajo de una pila de libros.

–¿Todos sabían lo que habían hecho sus padres?
–No. Y acá se presenta un dilema interesante. Más que saber, estaba la sospecha. En un momento, si partís de lo psicoanalítico, con develarlo, con hacer consciente lo que está inconsciente, se supone que caminás a una cura. Pero éste no es el caso, porque en realidad, que estos hijos lleguen a comprobar o saber fehacientemente la participación de sus padres termina con la incertidumbre, pero inaugura la certeza. Una certeza destructiva. Hubo quienes fueron a la Conadep a buscar si sus padres estaban en la lista de represores. Terminan como en un callejón sin salida. El sospechar y no animarse a preguntarlo te daña de una forma. El saberlo y confirmarlo inaugura un nuevo drama. Tuve una paciente cuyo padre se sentó a confesarle con lujo de detalles todo lo que había hecho. Lejos estaba de decir “ah, que bueno, ahora que lo sé me quedo más tranquila”.

–¿Y esto los llevó a replantearse lo que hacían sus padres?
–En muchos casos sí. El trabajo analítico ayudó, pero no crea algo que no está latente en el paciente. Nosotros ayudamos a que salga, no ponemos algo que no está. Si salió, es porque estaba.

–¿Le tocaron casos de chicos que estén de acuerdo con lo que hicieron sus padres?

–Es raro que lleguen a terapia por el armado psíquico que tienen.
Ferré y Ferré se levanta del sillón y camina hacia la biblioteca. La estantería rebalsa de libros. Con el dedo marca los que usó para su trabajo. Señala La interpretación de los sueños , de Sigmund Freud, y El alma de los verdugos , de Baltasar Garzón y Vicente Romero. “Hay un mexicano que tiene un capítulo dedicado a la Argentina –explica–. Se llama Fernando González.” El título confirma lo que estudia: La guerra de las memorias. Psicoanálisis, historia e interpretación. “La poca bibliografía que hay sobre hijos de victimarios es la que escribieron sobre los descendientes de los nazis”, cuenta la psicóloga. Habla de Tú llevas mi nombre. La insoportable herencia de los hijos de los jerarcas nazis, que escribieron Norbert y Stephan Lebert. El libro cuenta el padecimiento de los hijos que cargan el apellido y la culpa por los crímenes de sus padres.

–¿Cómo tomaron los pacientes el hecho de que analizó sus casos?
–A todos les pedí el consentimiento para trabajar en mi tesis. Contestaban: “Qué bueno que alguien se acuerde de nosotros”. De hecho, hay algo curioso. Los casos más graves eran pacientes cuyos padres mejor estaban a nivel psíquico, económico y social. Cuanto menos procesó esa generación, más negó y silenció, peor paquete le pasó a la siguiente. Cuando hubo padres militares ya retirados que desarrollaron un cáncer o enfermedades terminales, o sea, cuanto más les quedó a ellos dando vueltas, mejor estaban los hijos. Eran conflictivas más leves y trabajables, estaban menos traumatizados.

–¿Cuál es el resultado de su estudio?

–Hay muchísimo hecho para los hijos de las víctimas y muy merecido que lo tienen. Tienen instituciones, orientación y tratamiento. Pero no hay nada para los hijos de los victimarios. Son una nueva categoría o clase de víctimas. Creo que es una postura que no está constituida ni es clara en el país. Habría que habilitar espacios de orientación o asistencia. O donde se dé formación a los psicólogos que reciban este tipo de casos. Todavía es una pelea solitaria.

–¿Por qué cree que es así?

–Me parece obvio el porqué no hay nada trabajado desde las instituciones militares. Lo que me pregunto es por qué no desde los gobiernos que siguieron después. Es un tema que todavía genera resistencias en la sociedad, creo que está atravesado por cosas como la heredabilidad de la culpa. ¿Son culpables, son responsables? Hay que poder desligar a los hijos de lo que hicieron sus padres. Los hijos nunca debemos responder por los actos de los padres, ni en éstas situaciones ni en otras. Salvo que vos elijas hacerlo por algún motivo equis. Me parece que hay algo todavía de esto, de no poder justamente pensarlos como otras víctimas.

El trauma de una generación
Los psicólogos llaman “trauma transgeneracional” a las situaciones no resueltas que se transmiten de una generación a otra. Aunque una persona no haya sido partícipe directa ni haya vivido una problemática, la arrastra en su psiquis.

Trasciende las generaciones, son traumas que continúan de padres y ancestros a hijos. Es una herencia inconsciente, como un trabajo pendiente a solucionar que se manifiesta de distintas maneras, como en enfermedades y pesadillas. La terapia del psicoanálisis ayudaría a resolverlas.

Según el psiquiatra francés Serge Tisseron, el trauma transgeneracional no es por simple transmisión –en donde la persona se identifica con una situación anterior, se la apropia y la reelabora a su modo y estilo–. No es una decisión consciente, sino una influencia que no se percibe ni se puede asimilar.

Así, el psiquismo de las personas no sólo estaría formado por lo individual, sino que es una construcción colectiva.

María José Ferré y Ferré.