miércoles, 30 de noviembre de 2011

Publicado por Miguel Jara .

Germán Velásquez ha estado en la Organización Mundial de la Salud (OMS) más de 20 años y es una de las personas que con mayor decisión y poder de influencia ha advertido sobre la mercantilización de la salud. En concreto asegura que la OMS se ha ido “privatizando” pues aunque sus estatutos recogen que el dinero para financiarla ha de provenir de los gobiernos que la componen y ahora son entidades privadas las que están aportado la mayor cantidad del dinero de sus fondos.
Velásquez trabaja como Asesor Especial en el Centro del Sur, organización con sede en Ginebra constituida por 54 países en vías de desarrollo y le he entrevistado en el número de diciembre de la revista Discovery DSalud (que está ya en los kioskos). Algunos de sus comentarios son:

(…) en estos últimos años he visto con tristeza cómo la OMS ha ido perdiendo su independencia –por ejemplo debido a la intervención de determinadas naciones desarrolladas que solo buscaban proteger los intereses de sus industrias farmacéuticas o de alimentación- y su credibilidad –algo que últimamente se ha comentado no sólo en los medios de comunicación sino en numerosas instancias como en el Asamblea del Consejo de Europa y algunos parlamentos, especialmente tras la nefasta gestión de la gripe A.

(…) ¿La gripe A achacada al H1N1 fue un caso de “salud pública” o un “saludable negocio”? ¿Quién ganó y perdió con ella? Una declaración de pandemia puede prevenir millones de muertes… o crear mercados de millones de dólares. ¿Estuvo la gripe A en esta segunda categoría? La respuesta es que, en gran medida, sí.

Pero hay una interrogante aún más grave y sin respuesta: cómo ese episodio afectará a la credibilidad de la OMS y de las autoridades sanitarias de los países, si a partir de ahora la gente se preguntará si está haciendo una gestión más comercial que sanitaria. Y, sobre todo, esa clara pérdida de credibilidad, ¿la impedirá afrontar eficazmente un problema real de salud en el futuro?

(…) algunos de los países más industrializados son los que han permitido la “privatización” de la OMS. Porque los ingresos regulares de la OMS según los estatutos deben proceder de los estados miembros cuya contribución depende de su número de habitantes y Producto Interior Bruto (PIB) pero hoy con eso sólo se cubre el 20% del presupuesto de la organización para el periodo 2012–2013. Así que se sostiene con “donaciones”. Y evidentemente quien contribuye con su dinero al mantenimiento de una institución termina teniendo influencia en ella. Es el caso del señor Bill Gates, primer “donante” de una agencia que debería ser multilateral, pública e independiente.

ADIOS PROFE,ENTRE TANTA MIERDA,FUE UN EJEMPLO

Una luz de la ciencia argentina

Eugenia Sacerdote de Lustig

Falleció el domingo pasado. Tenía 101 años. Dos semanas antes había sido distinguida con una Medalla del Bicentenario. Fue la vanguardia femenina en la universidad argentina. Llegó al país huyendo del nazismo. Investigó la poliomielitis al frente del Malbrán.

Por Soledad Vallejos

No creía en Dios porque era una mujer de ciencia, y porque “siempre pensé que si existiera, no dejaría que pasaran tantas barbaridades”. Eugenia Sacerdote de Lustig, médica, investigadora emérita del Conicet, protagonista de gran parte de la historia científica en la Argentina, el país al que llegó huyendo del ingreso nazi en su Italia natal, murió el domingo. Tenía 101 años. Dos semanas antes había sido distinguida con una Medalla del Bicentenario. Dejó el recuerdo de una vida de trabajo intenso, que sólo se alejó de los laboratorios cuando la ceguera le impidió valerse por sí misma. Había estudiado en la universidad mientras las mujeres en los claustros eran una rareza, salvado a miles de personas de la epidemia de poliomelitis al frente del Malbrán, escapado por un azar de la Noche de los Bastones Largos. Tenía tres hijos, nueve nietos, bisnietos. Vivía rodeada de miles de libros que no podía leer, pero escuchaba, sentada en un sillón.

Eugenia Sacerdote había nacido en Turín, en 1910. Como recordó en una entrevista de 2006 publicada en este diario, cuando tuvo edad para estudiar lo que, de niña, había decidido que sería, se encontró con un problema. “El estúpido de Mussolini seguía haciendo propaganda con la idea de que las mujeres sólo servían para tener muchos hijos”, de modo que su educación media, en un liceo para mujeres, sólo la había preparado para cumplir tareas domésticas, saber un poco de literatura y hablar algo de francés. Pero compartía objetivo y terquedad con una prima compinche y contemporánea: entre ambas consiguieron un docente particular que las preparó, estudiaron 12 horas por día e ingresaron en la Facultad de Medicina. Las alumnas eran cuatro; los alumnos, 500. Todavía pasado más de medio siglo recordaba que había sido “tremendo”. “No estaban acostumbradas a ver mujeres en la facultad. Se divertían a costa nuestra.” En 1936, ella y su prima Rita Levi-Montalcini, que recibiría el Nobel por sus investigaciones en Neurología, se graduaron en Medicina.

Tiempo después, casada con el ingeniero Maurizio Lustig e instalada en Roma, se dedicó a la práctica médica en un hospital. En junio de 1938, la Italia fascista dictó las leyes raciales; días después, cuando los restaurantes colgaban carteles como “no se aceptan perros ni judíos”, a su marido, empleado en Pirelli, le ofrecieron trasladarse a la Argentina, donde la empresa abriría una sede. Lo ignoraba todo del país; en 1939 subieron al buque “Oceanía” en Nápoles; desembarcaron en Buenos Aires.

Durante años, la Argentina no reconoció su título, pero en la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de la UBA le propusieron facilitarle instrumentos y espacio para investigar, aunque sin salario fijo: sus ingresos dependían de un fondo para reponer el material de vidrio dañado. Por eso, “durante dos años yo cuidé mucho que nadie rompiera pipetas y probetas”.

Tuvo un laboratorio en el Instituto de Oncología Roffo, y al mismo tiempo Armando Parodi la contrató para investigar en el Instituto de Bacteriología Malbrán, donde montó la Sección de Cultivo de Tejidos. Poco después, con el alejamiento de Parodi, Sacerdote de Lustig quedó al frente del departamento de virus en un momento crítico: la epidemia de poliomelitis. Cada día recibían 60, 70 casos para diagnosticar. “Tenía un miedo terrible de infectarme y de que se infectara todo el personal. Cada día trabajaba hasta medianoche con mi técnica Catalina –recordó cinco años atrás ante este diario–. Cuando terminábamos, poníamos todo el material que habíamos usado en el jardín del Malbrán, le echábamos nafta y prendíamos fuego, porque temíamos que a la mañana siguiente la persona que iba a limpiar tocara algo y se infectara. Después me cambiaba de pies a cabeza para irme a casa. Hasta los zapatos. Tenía terror de infectar a mis hijos.” Gracias a eso, y a su decisión de avalar la aplicación de la vacuna Salk antes de que recibiera la aprobación oficial, salvó a miles.

Trabajó hasta perder completamente la vista. Por entonces investigaba sobre el mal de Alzheimer, genética y oncología. Ciudadana Ilustre porteña, en 2006 convirtió los apuntes escritos para sus nietos en el libro autobiográfico De los Alpes al Río de la Plata.



MIRA A ESE BOLUDO CON ESE MINON...

A las guapas les gusta salir con feos y a las rubias con morenos


A las guapas les gusta salir con feos y a las rubias con morenos

En un contexto animal seleccionamos rasgos diferentes a los nuestros. (Corbis)

Javier Sánchez*

No pocas veces nos asombramos de que altos salgan con bajas, rubios con morenas, feas con guapos y viceversa. A nuestra lógica le resultaría más fácil percibir que quienes se parecen se atraigan entre ellos. Diversos estudios han intentado indagar qué tipo de rasgos faciales y físicos resultan atractivos de forma universal, llegando sólo a conclusiones generales.

Por resumirlos, rasgos masculinos como una mandíbula recta, un cuello bien formado y musculoso o un predominio de la anchura de los hombros con respecto a la de la cintura son rasgos constantemente apreciados por mujeres andrerastas (es decir, aquellas cuyo objeto sexual de preferencia son hombres), y tanto más cuanto más femeninas se consideran las entrevistadas. En oposición, el cabello largo, las pronunciadas curvas del busto y de las nalgas y la carnosidad de los labios son aspectos reconocidos como incitantes por una mayoría de varones ginerastas (esto es, aquellos que tienen por objeto de preferencia erótica a mujeres).

Cuándo nos parece atractiva una cara

Hasta aquí escasa sorpresa: masculinidad y feminidad suelen querer compensarse. Lo que sí intriga es que cuanto más masculina se define una mujer o más femenino se considera un hombre, más se tienden a encontrar como atractivos rasgos mezclados o andróginos. Aunque esta línea de investigación psicosexológica tenía por objeto inicial analizar la selección de pareja, igual que en otros tantos terrenos, ha acabado extendiéndose al conocimiento de mercados y consumidores. No en vano, el cribado de las motivaciones y deseos del consumidor encarna un valor central para seleccionar qué tipo de modelo o actriz debe protagonizar una determinada campaña publicitaria.

Pero dejando parcialmente la influencia de estos hallazgos sobre la mercadotecnia, a la hora de interpretar por qué en cada caso particular consideramos una cara o un cuerpo como atractivos, nos encontramos con diferentes teorías que pasamos a revisar sucintamente. De un lado tenemos las explicaciones psicoanalíticas en que la persona seleccionaría un rostro como atractivo en tanto recordase al de personas significativas de la infancia, bien porque nos sentimos “fundidos” con él reconociendo en él nuestros rasgos propios o bien porque “idealizamos” lo que él poseía y nosotros no. Lo habitual es que estas sensaciones se produzcan entre la niña y el padre o entre el niño y la madre.

En oposición, constan las explicaciones genéticas mucho menos “tibias” y según las cuáles como otros seres vivos, en condiciones ideales, buscaríamos lo complementario a nuestros rasgos individuales con intención de dotar con una mejor capacidad genética a la futura generación. De acuerdo con estas teorías más biologicistas, sólo en situaciones altamente influidas por aspectos socioculturales o cuando la limitación física impidiese dicho entrecruzamiento, los individuos optarían por los rasgos familiares, como un mal menor.

Relaciones estables y parejas de rasgos similares

¿Nos inclinamos en este momento histórico por lo igual o por lo complementario en nuestra erótica? Cabría decir que ambas cosas, aunque con fines distintos. Cuando se trata de crear relaciones estables dirigidas a la propia protección, con escaso componente sexual y no exclusivamente dirigidas a la procreación, posiblemente seleccionemos parejas lo más parecidas a nosotros y a nuestros progenitores: de alguna forma se trataría de reproducir ambientes en que las imágenes y los cuerpos nos recuerden a siluetas conocidas y confiables. Históricamente esta ha sido la forma de relación entre castas y estratos sociales, llegando al máximo paradigma de las uniones intrafamiliares de las casas reales.

Cuando por el contrario priorizamos los aspectos relativos a la sensualidad e incluso al narcisismo secundario a conquistar un objeto sexual único o distinto (léase, la posibilidad de “lucir pareja”), es más probable que seleccionemos rasgos faciales y físicos diferentes a los propios, a veces incluso extravagantes, como tributarios de nuestra atención y deseo.

En este segundo supuesto, cuando la procreación es un objetivo importante del individuo, existe la convicción generalizada entre los investigadores de que en un contexto estrictamente animal tendemos a seleccionar rasgos (físicos y químicos) muy diferenciales con respecto a los nuestros como potencial progenitor de nuestros hijos. Esto sería especialmente importante para conseguir el entrecruzamiento genético necesario para redoblar las posibilidades de supervivencia de la progenie.

Una forma de percibir esta discrepancia “química” podría seguir siendo el olfato, ya que según la investigación psicoendocrinoinmunológica, las señales olfatorias que desprendemos a través del sudor podrían estar relacionadas con el tipo de inmunidad que presentamos. Como primates seleccionaríamos de una forma casi inconsciente olores que nos resultan atractivos si tales aromas estuviesen traduciendo que ese individuo posee defensas inmunitarias complementarias a las nuestras. Semejante unión de ambas inmunidades en un futuro fruto de la gestación habría servido para asegurar la supervivencia en ambientes selváticos, al poder luchar mejor contra distintas infecciones y parasitosis.

Ni que decir tiene que en nuestro mundo sofisticado y global cada vez es más factible encontrar mestizajes. Su efecto sobre la capacidad de la especie para sobrevivir y alcanzar su máxima potencialidad sólo podrá confirmarse en un futuro demasiado lejano. Su valor como indicador, en cambio, de cómo nace la atracción y el deseo entre los seres humanos es incuantificable.

*Javier Sánchez. Psiquiatra y sexólogo