viernes, 10 de febrero de 2012

Hallan forma de revertir los efectos del Alzheimer en el cerebro

Científicos en Estados Unidos lograron, con un fármaco que se utiliza para cáncer, despejar las perjudiciales placas de proteína que se forman en el cerebro de los pacientes con Alzheimer.

Placas de beta-amiloide

Las placas (marrón) se forman alrededor de las neuronas (azul) causando daños y muerte celular.

En el estudio con ratones, el fármaco, aprobado para uso en cáncer de piel, logró limpiar las placas "a una velocidad sin precedentes", afirma la investigación publicada en la revista Science.

Y pruebas posteriores mostraron una mejora en las funciones cerebrales de los animales, agrega.

Se piensa que una de las principales características de la enfermedad de Alzheimer es la acumulación de fragmentos de una proteína, llamada beta-amiloide.

Todos los seres humanos producen esta proteína en el cerebro, pero en las personas sanas hay un mecanismo que ayuda a la descomposición de estos fragmentos.

En los pacientes con Alzheimer, sin embargo, este mecanismo no funciona y esto provoca la acumulación y formación de placas de beta-amiloide que resultan en el daño y muerte de neuronas y eventualmente los problemas de memoria y otras incapacidades cognitivas.

La limpieza de estas placas ha sido durante años la base de varias investigaciones y ya hay fármacos que se están probando en ensayos clínicos humanos.

Placas dañinas

En el cerebro la encargada de la función de limpieza de beta-amiloide es una proteína llamada ApoE, de la cual existen diferentes versiones.

Se sabe que la gente que tiene la variante ApoE4 de esta proteína es la que está en mayor riesgo de desarrollar la enfermedad.

En el nuevo estudio los científicos de la Universidad Case Western Reserve en Ohio se centraron en buscar formas de incrementar los niveles de ApoE, lo cual, en teoría, debería ayudar a reducir los niveles de beta-amiloide en el cerebro.

En los experimentos con un modelo de ratones con una forma de Alzheimer probaron un medicamento, llamado bexaroteno, que se utiliza para tratar tumores de piel.

"Éste es un hallazgo sin precedentes. Previamente, el mejor tratamiento disponible para Alzheimer en ratones tardaba varios meses para poder reducir las placas en el cerebro"

Dra. Paige Cramer

En el grupo de ratones jóvenes observaron que después de suministrar una dosis del fármaco los niveles de beta-amiloide "se redujeron rápidamente" en seis horas.

Y lograron mantener una reducción de 25% durante 70 horas.

En los animales más viejos con placas amiloides ya establecidas, lograron con siete días de tratamiento reducir a la mitad el nivel de placas en el cerebro.

Los científicos también observaron mejoras en la función cerebral de los ratones después del tratamiento, en pruebas como construcción de nidos, rendimiento en un laberinto y recuerdo de choques eléctricos.

"Éste es un hallazgo sin precedentes", afirma la doctora Paige Cramer, quien dirigió el estudio.

"Previamente, el mejor tratamiento disponible para Alzheimer en ratones tardaba varios meses para poder reducir las placas en el cerebro".

La investigadora subraya, sin embargo, que la investigación está todavía en sus primeras etapas y ahora habrá que confirmar si se pueden obtener los mismos resultados en humanos.

Pero según el profesor Gary Landreth, quien también participó en el estudio, el hallazgo "es particularmente estimulante y provechoso" y "promete potencialmente poder conducir a una terapia para la enfermedad de Alzheimer".

El científico expresa, sin embargo, que el fármaco sólo ha sido probado en tres modelos de ratones que simulan las primeras etapas de la enfermedad y no en la enfermedad establecida.

Advierte que todavía no se ha demostrado que el fármaco funcione en pacientes con Alzheimer y que aún se desconoce cuál dosis funcionaría.

"Necesitamos dejar muy en claro que el fármaco funcionó bastante bien en modelos animales con la enfermedad. Nuestro siguiente objetivo es asegurarnos de que actúa de forma similar en humanos", expresa el profesor Landreth.

El equipo de investigadores está ahora preparando ensayos clínicos en un grupo pequeño de personas para ver si se pueden obtener efectos similares.

Encontrar un fármaco capaz de revertir o al menos detener los síntomas de Alzheimer y otras formas de demencia se ha convertido en asunto de urgencia en todo el mundo.

Se calcula que actualmente unos 26 millones de personas sufren alguna forma de demencia en el mundo y se predice que la cifra se duplicará cada 20 años para alcanzar 81 millones en el 2040.

SE NOS FUE UN AMIGO

Adiós a la sensatez en medicina


Por Mónica Müller *

La bandera nacional debería estar a media asta en todos los hospitales y ministerios de Salud del país. Hemos perdido al último de los grandes médicos argentinos.

El fallecimiento del doctor Alberto Agrest no mereció espacio en los medios donde aparecieron centenares de entrevistas y notas obscenas sobre los detalles mórbidos de la muerte de una modelo.

El lo hubiera comentado divertido con una frase cortita y agridulce. Decía que había llegado a un escepticismo total sobre la capacidad de los humanos para reconocer y desandar el camino del error. Después de luchar durante toda su vida profesional para enderezar el rumbo de desastre que sigue la medicina desde hace décadas, declaraba que la complejidad del sistema hace muy improbable que un día se lleguen a desmontar los desatinos que tienen maniatados a médicos y pacientes. “La dificultad radica en que al complejo médico-industrial se le hace imprescindible un aumento en el consumo de sus productos, sean o no necesarios, mientras que el consumo innecesario deteriora los recursos de la red de salud y provoca conflictos entre pacientes, médicos y empresarios”, reflexionaba en su último libro, En busca de la sensatez en medicina.

Lo decía y lo escribía con una firmeza que debe haber caído en el mundo de los negocios como una mosca en un vaso de leche.

Agrest se obstinaba en que la práctica médica volviera a la sobriedad. En colisión con el precepto presuntamente científico y moderno de pesquisar, anular y prevenir cada síntoma, defendía la racionalidad de reducir los estudios, las prescripciones, los tratamientos y los medicamentos a un mínimo indispensable. Su independencia de cualquier interés económico le permitió decir que “prevenir es mejor que curar en la mayoría de las enfermedades infecciosas, pero debe tenerse en cuenta la gravedad de la enfermedad que se pretende prevenir y los riesgos de los recursos preventivos como las vacunas o el uso de profilaxis antibiótica”, frase que a un médico de planta le costaría la reputación en el mejor de los casos y seguramente su empleo en el hospital.

Sobre el abuso de análisis y tratamientos que encarece a la medicina y en consecuencia pone sus recursos al alcance de muy pocos, explicó en un editorial que “se venden mejor beneficios que riesgos, y así estamos vendiendo beneficios con grandes y atractivos caracteres y ocultando riesgos en letra chica que nadie lee. No me parece mal que la medicina se venda, el problema es saber si lo que se vende es legítimo. Legítimo es que el conocimiento en que se basa sea verdadero y útil para quien lo compra. Legítimo es que sea necesario y no superfluo, y si es verdadero, útil y necesario, el principio de equidad exige que esté al alcance de todos”.

Su pensamiento científico se encrespaba frente a la pretensión de eficacia y exactitud de las disciplinas médicas que se basan en la estadística: “Es probable que hoy las verdades cuantitativas estén ocultando falsedades cualitativas. La dificultad con los números es que generan una sensación de certeza; la realidad médica no admite esa certeza y debe aprenderse a tolerar la incertidumbre. En medicina, la certeza es un certificado de ignorancia o insensatez”, publicó en un editorial de la revista Medicina en 2011.

“La manipulación estadística permite no mentir en las conclusiones estadísticas, pero también permite no decir la verdad de su irrelevancia y también ocultar que las estadísticas carecen de sentido cuando se aplican a un individuo único. Las estadísticas se desarrollan burocráticamente en un escritorio; en medicina, la realidad se desarrolla en el contacto del médico con su paciente y esto es creativo, no burocrático.”

“Beneficios estadísticos ocultan daños cualitativos orgánicos, psicológicos, sociales y económicos en los pacientes”, se atrevía a expresar en público. Y en privado comentaba: “Bueno, tengo 88 años y a esta edad se nos perdona todo”.

Hoy, el vacío de información sobre su muerte me hace pensar que ese perdón era sólo aparente.

El doctor Agrest era doctor en Medicina por la UBA y completó su formación en la Universidad de Michigan, en el Hospital Universitario de Ann Arbor y en el Hospital Claude Bernard de París. En Buenos Aires se desempeñó en el Hospital de Clínicas y en el Instituto Modelo de Clínica Médica del Hospital Rawson. Fue docente en la UBA y durante veintidós años en el Instituto de Investigaciones Médicas bajo la dirección del doctor Alfredo Lanari. Desde 1995 fue miembro titular de la Academia Nacional de Medicina de Buenos Aires. Publicó varios libros con sus reflexiones y propuestas para volver a humanizar la práctica médica y mejorar la salud pública.

A pesar de su inmenso prestigio, no era un especialista. Más que los órganos le interesaban las personas. Afirmaba que en la consulta el paciente cuenta el cuento de su vida, y hay que saber escuchar y entender ese cuento para poder curar.

Pienso que los textos de Alberto Agrest debieran integrar la bibliografía obligatoria para los estudiantes de Medicina de todo el país. El me hizo llegar los que no había leído y le aseguré que me acompañarían siempre, porque estimulan una reflexión independiente y original sobre cuestiones esenciales como ética médica, bioética, salud pública y la relación entre médicos y pacientes.

Siento su ausencia como una aguda pérdida personal. Desde septiembre del año pasado tuve el privilegio precioso de ser su corresponsal por correo electrónico y de recibir sus mails llenos de gracia y agudeza día a día. Tuvo la generosidad de leer mis libros en profundidad y de devolverme su crítica paternal pero dura y clara como un diamante. Del intercambio de opiniones sobre textos y temas médicos pasamos a la literatura y al cine. Nos cruzamos recomendaciones y coincidimos en Philip Roth y Woody Allen para nuestra lista de favoritos. Aunque estaba enfermo y cansado, tenía energía para lanzar elogios y anatemas sobre autores, directores, películas y libros con furor juvenil. Un día me mandó por sorpresa una pila de libros y un cuento suyo nostálgico, fantasioso y autobiográfico. Me hizo llorar contándome recuerdos de sus seis años cuando comparamos sucesos tristes de nuestra infancia. Un día me escribió que “la combinación de los genes de la obsesividad y los de la paranoia pueden hacer a este mundo exento de alegría. Le confieso que creo que sólo el humor puede desactivar esos genes”.

Me mostró sin reservas su alma alegre y despreocupada que se estaba despidiendo de un mundo un poco absurdo y sin sentido. Saber que su final no mereció ni una mención para el periodismo de su país le hubiera confirmado que era mejor retirarse por un tiempo.

Me consuela pensar que esperaba con curiosidad la experiencia de la muerte, o que por lo menos no le tenía ningún temor. Eso creí entender cuando en uno de sus últimos mails me dijo: “No logro ponerle unidades temporales al futuro; mientras tanto carpe diem”.

* Médica.


Coincidí con él en el Instituto Modelo del Hospital Rawson.Mis juveniles 19 años contrastaban con sus 37.

Afable,un enamorado del gayego Palacios,médico clínico republicano refugiado en Argentina y amigo de mi padre.

No se si me enseño medicina,pero me hizo ser un médico humanista,cosa que hoy no existe.

Adios compañero de profesion,es una pena que en Argentina ni sepan lo bien que enseñabas.

Nadie se acordó de él,ni figuraba en Wiki.