viernes, 29 de junio de 2012

Contra el mito de la intuición

Intuye que algo queda
Por Manfred Dworschak y Johann Grolle, de Der Spiegel El psicólogo y Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman analiza la debilidad innata del pensamiento humano, los recuerdos engañosos y el erróneo poder de la intuición.

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Cuando la Academia Sueca le otorgó al psicólogo Daniel Kahneman el Premio Nobel de Economía -en 2002, compartido con Vernon Smith-, muchos economistas ortodoxos quedaron desconcertados. Sin embargo, su trabajo parece mérito más que suficiente para ese galardón: integró, junto con Amos Tversky, aspectos de la investigación psicológica con la ciencia económica, especialmente en lo que respecta al juicio humano y la toma de decisiones en momentos de incertidumbre. Desarrolló la Teoría de las Perspectivas, según la cual, en un escenario incierto, la gente toma decisiones que se apartan de los principios básicos de la probabilidad. A este tipo de decisiones lo denominó atajos heurísticos.

Usted dedicó su vida profesional al estudio de las trampas en las que puede caer el pensamiento humano. Por ejemplo, en su libro El pensamiento, rápido y lento describe lo fácil que es aumentar la voluntad de una persona a contribuir con dinero en un fondo del café.
Sólo hay que asegurarse de que arriba de la caja registradora esté la foto adecuada. Si hay un par de ojos que miran desde la pared -y no una foto de flores, por ejemplo-, la gente aportará el doble de dinero. Porque las personas que se sienten observadas se comportan con mayor moralidad.

¿Y eso también funciona aunque ni siquiera le prestamos atención a la foto de la pared?
Todavía más si no se la registra. El fenómeno se llama “priming”: no nos damos cuenta de que percibimos ciertos estímulos, pero se puede probar que respondemos a ellos. Esa idea le debe gustar a la gente del ambiente de la publicidad. Por supuesto, en ese rubro el “priming” está muy extendido. Una mujer atractiva en una publicidad directamente dirige la atención del espectador al nombre del producto. Y después, cuando el consumidor se encuentra con él en el supermercado, ya le parece más familiar.

¿No es mucho más influyente la asociación erótica?
Claro, hay otros mecanismos de la publicidad que también actúan sobre el subconsciente. Sin embargo, el efecto principal es que un nombre que vemos en un negocio nos parezca familiar, porque cuando algo nos parece familiar, nos parece bueno. Hay una explicación evolucionista muy buena de eso: si me encuentro con algo muchas veces y todavía no me comió, entonces estoy a salvo. La familiaridad es un signo de seguridad. Por eso lo conocido nos gusta.

¿Esto también se puede aplicar a la política?
Sí. Por ejemplo, se puede demostrar que cualquier cosa que le recuerde a la gente su mortalidad, la vuelve más obediente.

¿Como la cruz sobre el altar?
Exacto, incluso hay una teoría que juega con el temor a la muerte. Se llama Teoría de la Gestión del Terror. Se puede influir sobre las personas, simplemente haciéndoles recordar algo, puede ser la muerte o también el dinero. Cualquier símbolo asociado con el dinero, incluso si es el signo del dólar en un protector de pantalla, garantiza que las personas les presten más atención a sus propios intereses que a los del resto.

Parece que, en política, el “priming” funciona a favor de la derecha.
Podría funcionar también al revés. Hay un experimento, por ejemplo, en el cual las personas practican un deporte, sin embargo, el primer grupo se llama “juego de competencia” y, el otro, “juego comunitario”. En éste último caso, las personas actúan con menos egoísmo, pese a que se trata del mismo juego.

¿No hay manera de escapar de esas influencias poderosas?
No es para nada fácil. El problema es que, generalmente, no nos damos cuenta de que estamos bajo esa influencia.

Eso es bastante preocupante.
Bueno, no debe ser tan malo, ya que vivimos con eso todo el tiempo. Así es la cosa.

¡Pero queremos saber en qué se basan nuestras decisiones!
Para ser honesto, ni siquiera estoy seguro de querer eso, porque sería demasiado complicado. No creo que tengamos autocontrol todo el tiempo.

En su libro, usted dice que en esos casos dejamos las decisiones en manos del “sistema 1”.
Sí. Los psicólogos distinguen entre un “sistema 1” y un “sistema 2”, que controla nuestras acciones. El “sistema 1” representa lo que podríamos llamar intuición. Nos ofrece incansablemente impresiones, intenciones y sentimientos rápidos. El “sistema 2”, por el contrario, representa la razón, el autocontrol y la inteligencia.

Es decir, ¿nuestro yo consciente?
Sí. El “sistema 2” es el que cree que toma las decisiones. Sin embargo, en realidad, la mayor parte del tiempo el “sistema 1” actúa por cuenta propia, sin que uno se dé cuenta. El “sistema 1” decide si te gusta una persona, qué pensamientos o asociaciones te vienen a la cabeza y cómo te sentís respecto de algo. Todo esto sucede de manera automática. No se puede evitar y, a veces, uno toma decisiones sobre esta base.

Y este “sistema 1”, ¿nunca duerme?
Exactamente. El “sistema 1” nunca se puede apagar. No se puede evitar que haga su tarea. El “sistema 2”, en cambio, es perezoso y sólo se activa cuando es necesario. El pensamiento pausado y reflexivo es una tarea dura. Consume recursos químicos del cerebro y eso, generalmente, no le gusta a la gente. Además, va acompañado por una reacción física que aumenta las pulsaciones y la presión sanguínea, activa las glándulas sudoríparas y dilata las pupilas…

…que resultó ser una herramienta importante para su experimento.
Sí. El tamaño de la pupila normalmente fluctúa, dependiendo fundamentalmente de la intensidad de la luz. Sin embargo, cuando a alguien se le da un trabajo mental, la pupila se ensancha y se mantiene sorpresivamente estable. Es un hecho extraño que resultó ser muy útil para nosotros. En efecto, las pupilas reflejan el alcance del esfuerzo mental de una persona de una manera increíblemente precisa.

RIESGOS DE LA INTUICIÓN
Al estudiar la intuición humana, o el “sistema 1”, usted parece haber apren-
dido a desconfiar de esa misma intui-
ción…
No lo diría de esa manera. Nuestra intuición funciona muy bien la mayoría de las veces. Pero es interesante examinar dónde falla.

Los especialistas, por ejemplo, reúnen mucha experiencia en sus respectivas áreas y, por esa razón, están convencidos de que tienen una muy buena intuición respecto de su campo en particular. ¿No deberíamos confiar en eso?
Depende del rubro. En el mercado bursátil, por caso, las predicciones de los expertos no tienen prácticamente ningún valor. Para cualquiera que quiera invertir dinero sería mejor elegir fondos indexados que, simplemente, siguen un cierto índice de acciones sin la intervención de dotados seleccionadores de acciones. Año tras año, así se obtienen mejores resultados que el ochenta por ciento de los fondos de inversión gerenciados por especialistas bien remunerados. Sin embargo, intuitivamente, queremos invertir nuestro dinero con alguien que parecería entender acerca del tema, pero la evidencia estadística demuestra que, en esos casos, los resultados no son nada buenos. Por supuesto, hay campos en los que la experiencia existe y cuenta. Depende de dos cosas: de la previsibilidad del rubro y de la suficiente experiencia del experto como para aprender los mecanismos. El mundo bursátil es intrínsecamente impredecible.

¿Es decir que todos los análisis y cálculos complejos no tienen ningún sentido, no son mejores que una simple apuesta?
Los especialistas son aún peores, porque son muy caros.

¿Entonces sólo se trata de vender mentiras?
Es más complicado, porque la persona que vende mentiras sabe que son falsas, mientras que los expertos de Wall Street creen que entienden algo. Es la ilusión de la validez…

…que les genera millones de dólares de ganancia.
No es necesario ser cínico. Se puede ser cínico con todo el sistema bancario, pero no con los individuos. Muchos de ellos creen que están aportando un valor real.

¿Cómo respondió Wall Street a su libro?
Uh, algunas personas se volvieron totalmente locas; otras, estaban bastante interesadas y respondieron positivamente. Me dijeron que en Wall Street alguien repartió mil copias de mi libro a los inversores. Pero claro, muchos profesionales todavía no creen en mí. O, para ser más preciso, creen en mí en general, pero no aplican mis ideas. Creen que pueden confiar en su propio juicio, y se sienten cómodos así.

¿Acaso ponemos demasiada fe en los expertos?
No digo que las predicciones de los especialistas no tengan ningún valor. Vea lo que sucede con los médicos. A menudo, son excelentes con los pronósticos a corto plazo. Pero, generalmente, fallan mucho al predecir cómo estará un paciente dentro de cinco o diez años. Y no saben la diferencia. Ésa es la clave.

¿Cómo puede darse cuenta de si una predicción es buena?
En primer lugar, sospeche de quienes presentan sus pronósticos con una gran confianza. Eso no dice nada sobre su exactitud. Debería examinarse si el área es lo suficientemente regular y predecible, y si el individuo tiene  suficiente experiencia para conocerla.

Según su último libro, El pensamiento, rápido y lento, cuando se está en duda, es mejor confiar en un algoritmo computacional.
En lo que se refiere a las predicciones, los algoritmos a menudo resultan mejores.

¿Por qué?
Bueno, los resultados son rotundos. Cientos de estudios han demostrado que si tenemos suficiente información para construir un modelo, éste funcionará mejor que la mayoría de las personas.

¿Cómo puede ser que un simple procedimiento sea superior al razonamiento humano?
Bueno, hasta los modelos a veces resultan inútiles. Una computadora será tan poco fiable en predecir el precio futuro de las acciones bursátiles como un ser humano. Y la situación política en veinte años es, probablemente, imposible de predecir; el mundo es demasiado complejo, sencillamente. Sin embargo, los modelos computacionales son buenos allí donde las cosas son relativamente regulares. El juicio humano sufre fácilmente de la influencia de las circunstancias: si se le da a un radiólogo la misma placa dos veces, seguramente la interpretará de manera diferente la segunda vez. Pero a un algoritmo si se le da la misma información dos veces, siempre dará la misma respuesta.

IBM desarrolló una supercomputadora llamada “Watson”, que ofrece rápidos diagnósticos médicos analizando la descripción de los síntomas y la historia del paciente. ¿Es la medicina del futuro?
Creo que sí. No hay magia de por medio.

Hay quienes dicen que un algoritmo también podría predecir el próximo éxito cinematográfico.
¿Por qué no? La industria del entretenimiento desperdicia mucho dinero en películas que no funcionan. No debería ser tan difícil desarrollar un programa que, por lo menos, no sea peor que los juicios intuitivos del ser humano.

Pero la mayoría de las personas tiende a ser hostil a las fórmulas y los cálculos fríos, y muchos pacientes prefieren a un médico que los trate personalmente.
Es cuestión de acostumbrarse. La llamada “medicina basada en evidencias” está haciendo progresos, y está fundamentada en algoritmos claros y duplicables. O vea lo que sucede en la industria del petróleo. Hay procedimientos estrictos a la hora de decidir o no perforar en una zona específica. Formulan una serie de preguntas y luego miden. Confiar en la intuición podría llevar al error. Después de todo, los riesgos son altos y hay mucho dinero en juego.

MEMORIA, TRAUMA Y TIEMPO
En la segunda parte de su libro, trata la cuestión acerca de por qué ni siquiera podemos confiar en nuestra memoria. Afirma, por ejemplo, que cuando una persona sufrió, al recordarlo, no le da demasiada importancia a la duración de su dolor. Eso parece un poco absurdo.
Los hallazgos son claros. Lo demostramos en pacientes que tuvieron que someterse a una colonoscopía. En la mitad de los casos, les pedimos a los médicos que esperaran un poco después de terminar, antes de sacarle el tubo al paciente. En otras palabras, para ellos, el procedimiento desagradable se prolongó. Y eso mejoró notablemente la valoración que las personas le dieron a la experiencia, porque los pacientes claramente basaron sus evaluaciones del procedimiento en el modo como terminó, y percibieron la disminución gradual del dolor como algo mucho más placentero. Muchos otros experimentos llegaron a resultados similares. En algunos casos, los sujetos tenían que tolerar ruidos y, en otros, tenían que mantener la mano dentro de agua fría. El problema no es la memoria: la gente sabe cuánto tiempo tuvo que soportar el dolor, entonces su memoria es correcta. Pero su evaluación de la experiencia no se altera por la duración.

¿Cómo puede ser que suceda eso?
Cada experiencia recibe una evaluación en la memoria: buena, mala, peor. Y eso es completamente independiente de su duración. Sólo importan dos cosas al respecto: los picos -es decir, los peores y los mejores momentos- y el resultado, o sea, cómo terminó.

Entonces, una vez terminado un procedimiento doloroso, ¿los médicos deberían someter al paciente a unos minutos más de tortura moderada?
No, porque si un médico dice que terminó, el episodio está terminado para el paciente y, en ese momento, se le asigna un valor a la experiencia. Después de eso, comienza un nuevo episodio, y nadie quiere sufrir un dolor adicional por adelantado. Pero probablemente sea útil, fundamentalmente, para los pacientes que sufrieron un trauma. Mi consejo sería: no los saquen del sitio del trauma para tratarlos en otro lugar. Hay que intentar hacerlos sentir mejor en el mismo lugar para que el recuerdo de lo sucedido no sea tan malo.

¿Porque eso cambia la percepción asociada con ese lugar?
No, porque salir del lugar se percibe como el fin de un episodio, y la evaluación hecha en ese momento quedará guardada en la memoria.

Pero eso no evita que vivamos malas experiencias una y otra vez, como en una película.
Exactamente. Sin embargo, lo que se evalúa al final, o lo que uno temerá en el futuro, resulta ser ese momento representativo y especialmente intenso del final, y no todo el episodio. Es similar con los animales.

¿Cómo puede saberlo?
Es fácil de estudiar -en las ratas, por ejemplo-, dándoles suaves shocks eléctricos. Se puede variar tanto la intensidad como la duración de los shocks. Y se puede medir el miedo que sienten. Usted verá que depende de la intensidad, no de la duración.

En otras palabras, ¿nuestra memoria también informa sobre lo que esperamos del futuro?
Así es. Eso se puede demostrar con un pequeño experimento que a veces le pido a la gente que haga: imagínese que usted se va de vacaciones y, al final del viaje, se toma una droga para la amnesia. Por supuesto, también quedan destruidas todas sus fotografías. ¿Haría el mismo viaje nuevamente? Algunas personas dicen que ni siquiera se molestarían en irse de vacaciones. En otras palabras, prefieren renunciar al placer, que, sin duda, quedará completamente intacto, a pesar de que sea borrado más tarde. Entonces no quedan dudas de que no lo hacen por la experiencia, lo hacen fundamentalmente por los recuerdos acerca de ella.

¿Por qué es tan importante para nosotros imaginar nuestras vidas como una colección de historias?
Porque es todo lo que nos queda de la vida. La vida pasa, y a uno sólo le quedan historias. Por eso la gente exagera la importancia de los recuerdos.

Pero si yo planeo unas vacaciones, no aceptaría estar terriblemente aburrido la mayor parte del tiempo sólo para recordar unos pocos momentos extraordinarios.
Claro que no. Y si yo le preguntara a usted qué es lo que prefiere, si tolerar el dolor durante cinco o diez minutos, la respuesta también es clara. Sin embargo, cuando se revisa el pasado, las vacaciones que a uno le dejan los mejores recuerdos son las que ganan, y no tiene importancia el tiempo que uno estuvo aburrido entre los momentos memorables.

Debe haber sido bastante agotador y difícil para usted escribir el libro. Seguramente recuerde cuánto tiempo duró la experiencia.
Es verdad. Podría repasar rápidamente una película de cuatro años de dolor, pero principalmente recuerdo momentos, y la mayoría de ellos son malos.

Ahora que el libro se volvió un gran éxito, ¿reevalúa ese período?
Ahora hay mucho menos dolor asociado en la memoria. Si al libro no le hubiera ido tan bien, me sentiría peor, por la manera en que viví esos años. Entonces, claramente, lo que sucede más tarde cambia la historia.

¿Acaso comenzaríamos un proyecto tan exigente por segunda vez si no fuera por la amnesia parcial?
Bueno, uno no sabe cuánto dolor tendrá que enfrentar. Pero después recordamos el gran alivio que sentimos al completar la tarea. En el parto, por ejemplo, todo se soporta porque la historia termina bien, y eso compensa lo que hasta entonces podría haber sido horrible. Es como si estuviéramos divididos en un yo experimentante, que tiene que soportar el dolor, y un yo evocativo que, al recordar, no le importa en absoluto lo experimentado.

LA FELICIDAD Y EL YO EVOCATIVO
¿Entonces tenemos que agradecerle a nuestro yo evocativo por el hecho de salir valientemente en busca de la aventura y de momentos memorables en nuestras vidas? De lo contrario, sin él, ¿estaríamos contentos con largos y aburridos períodos de bienestar moderado?
Sí, nuestras vidas están gobernadas por el yo evocativo. Incluso, cuando planeamos algo, anticipamos los recuerdos que esperamos obtener de esa experiencia. El yo experimentante que, por el contrario, tendrá que aguantar bastante a cambio, no tiene poder de voto en la cuestión. Además, lo que el yo experimentante disfrutó puede quedar completamente opacado al mirar hacia el pasado. Alguien una vez me dijo que hacía poco tiempo había escuchado una sinfonía maravillosa pero, desafortunadamente, al final, había un terrible chillido en la grabación. Me dijo que eso arruinó toda la experiencia. Pero, por supuesto, lo único que se arruinó fue el recuerdo de la experiencia, porque fue una experiencia feliz.

¿Eso también se aplica a toda la vida? ¿Todo tiene que ver con el final?
En cierto sentido, sí. No podemos evitar mirar la vida retrospectivamente, y queremos que parezca linda. Tiempo atrás, se hizo un experimento en el cual los sujetos debían evaluar la vida de una mujer ficticia que había tenido una vida feliz pero que murió en un accidente. Increíblemente, si había muerto a los treinta o a los sesenta, no alteró en nada la evaluación que hizo la gente. Sin embargo, cuando les dijeron a los sujetos que la mujer había tenido treinta años felices seguidos de cinco no tan plenos, las calificaciones bajaron notablemente. O imagine a un científico que hizo un descubrimiento importante, un hombre feliz y exitoso, aunque, luego de su muerte, resulta que el descubrimiento era falso y no valía nada. Arruina toda la historia, aunque no haya cambiado absolutamente nada de la vida del científico. Pero ahora uno siente lástima por él.

¿Iría tan lejos como para afirmar que es el yo evocativo el que nos hace humanos? Los animales, probablemente, no recojan momentos memorables.
Bueno, en realidad creo que los animales sí lo hacen, porque necesitan vivir experiencias para repetirlas o para intentar evitarlas. La duración de una experiencia, sencillamente, no es importante. Lo que importa para la supervivencia es si terminó bien y cuán mala fue. Eso también se aplica a los animales.

Según su punto de vista, el yo evocativo es muy dominante, hasta el punto de que parece haber prácticamente esclavizado al yo experimentante.
De hecho, yo lo llamo tiranía. Puede variar en intensidad, dependiendo de la cultura. Los budistas, por ejemplo, enfatizan la experiencia, el presente; intentan vivir el momento. No les dan tanto valor a los recuerdos y a la evaluación en retrospectiva. Para los cristianos, es completamente diferente. Para ellos, la única cosa que importa es ir al cielo al final.

La gente que lea su libro tendrá compasión por el pobre yo experimentante, que fundamentalmente tiene que lidiar con nuestra vida.
Ésa fue mi intención. Los lectores deberían darse cuenta de que hay otra forma de mirarlo. Diría que es consolador para mí, porque tanto mi mujer como yo siempre nos quejamos de que nuestros recuerdos son terribles. No vamos al teatro para recordar más tarde lo que vimos, sino para disfrutar de la actuación. Otras personas viven la vida coleccionando experiencias como se coleccionan fotos.

En otras palabras, piensan que sólo la abundancia de recuerdos puede hacerlos felices.
Aquí debemos distinguir entre satisfacción y felicidad. Cuando se les pregunta a las personas si son felices, sus respuestas pueden diferir muchísimo porque dependen de su humor. Déjeme darle un ejemplo: durante años, Gallup hizo encuestas a miles de norteamericanos sobre varias cuestiones, incluyendo su bienestar. Uno de los hallazgos más sorprendentes fue que, si la primera pregunta tiene que ver con la política, la gente inmediatamente se considera menos feliz.

Por otro lado, las verdaderas calamidades, curiosamente, parecen tener un pequeño efecto sobre el bienestar. Los parapléjicos, por ejemplo, pocas veces difieren de los individuos sanos con respecto a su satisfacción con la vida.
Así es, la diferencia es menor de lo que uno creería. Cuando pensamos en los parapléjicos, quedamos atados a una ilusión difícil de escapar: nos enfocamos automáticamente en todas las cosas que cambian como resultado de la discapacidad, y pasamos por alto lo que todavía sigue siendo igual en la vida cotidiana. Lo mismo sucede con los ingresos. Todos quieren ganar más dinero y, sin embargo, el nivel salarial -al menos por encima de un cierto umbral- no tiene influencia sobre la felicidad emotiva.

¿Y dónde se ubica ese umbral?
Aquí, en Estados Unidos, está al nivel de un ingreso por hogar rondando los 75 mil dólares. Debajo de ese umbral, hay una diferencia sustancial. Es terrible ser pobre. No importa si uno está enfermo o atraviesa un divorcio, todo es peor si uno es pobre.

Entonces, ¿es más fácil acostumbrarse a la enfermedad o a la discapacidad que a la pobreza?
No sé, de lo que estoy seguro es de que nos adaptamos más rápida y fácilmente a las mejoras que al deterioro. 

Traducción: Ignacio Mackinze
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