sábado, 15 de marzo de 2014

Torta, chongo, bollera,marimacho o lesbiana: ser lo que quieras

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Por Noelia Leiva
La visibilización lésbica es una causa política que tuvo su espacio de acción en jornadas que se realizaron el fin de semana último. Recordaron a Pepa Gaitán, asesinada por amar a otra mujer. El puño está en alto para que nadie ni nada defina qué se es.

“Incluir” y “aceptar” son términos políticamente correctos de la perspectiva que aboga por la diversidad sexual ¿Pero qué hay que tolerar y desde donde? Para erradicar la barrera de lo “natural” desde donde se mira para dar la bienvenida a lo supuestamente distinto, jornadas de visibilización lésbica en todo el país reclamaron la equidad de derechos. Las militantes denunciaron la violencia física más evidente, como la que atravesó Natalia “Pepa” Gaitán, asesinada por tener novia. Pero también, la sutil que se cuela por los poros de la cultura heteronormativa.
Pese a las conquistas que logró el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales, trans, intersex y queers (Lgbtiq), en la calle todavía cuesta no pensar que el punto de partida es ser hombre o mujer, y que ‘todo lo demás’ constituye variantes. Y que a la mayoría de las personas les gusta alguien de otro género, pero hay que sumar a la vida social a quienes no. En algunos espacios de la comunidad donde la lectura fue permeable a las nuevas luchas todavía hay rastros de una mirada dicotómica de ‘nene-nena’. Pero el peso de los mandatos es mayor cuando ni siquiera se alcanzó a ese punto y el rechazo se convierte en golpes.
Si viviera, Pepa Gaitán podría dar cuenta de qué es ser segregada por ser lesbiana, pero fue asesinada a quemarropa en 2010 por Daniel Torres, padrastro de Dayana Sánchez, su novia. Lo inexplicable de la violencia más extrema suena más descabellado cuando se revisa, en el proceso judicial, la estrategia de la defensa que pretendía instalar a la víctima como una “mujer que daba miedo” por salirse del encuadre patriarcal de ser apacible y entregada a una relación monogámica con un varón. En nombre de ella se realizaron jornadas en la Ciudad de Buenos Aires, Bahía Blanca y Córdoba.
“Es muy inteligente y estratégico que se hable de visibilidad lésbica como consigna y que no se pida ‘paremos la lesbofobia’. Es un problema de violencia, no una enfermedad” individual, mencionaron a Marcha desde Desobediencia y Felicidad, un colectivo que realiza acciones anónimas en defensa de los derechos de las mujeres y las identidades disidentes. Ese llamado a nombrar las acciones por su nombre se instaló en la plaza porteña ubicada frente al Congreso nacional el 7 de marzo último, donde hubo música feminista y alternativa, más una radio abierta en la que organizaciones defendieron sus ideas de rebelión contra el patriarcado, en la cuarta jornada consecutiva con esa consigna.
Pepa fue símbolo también en Bahía Blanca y en Córdoba capital, de donde era. Allí una ordenanza municipal instaló en 2011 el Día de Lucha Contra la Discriminación por Orientación Sexual e Identidad de Género. Las actividades duraron 48 horas y fueron acompañados por la familia Gaitán- Vázquez. “Es un caso importantísimo para nuestra comunidad y la sociedad en su conjunto porque visibiliza una serie de violencias que sufrimos las mujeres lesbianas en esta sociedad machista y heterosexista. En segundo término, porque sucedió el mismo año de la sanción del matrimonio igualitario, lo que demuestra que no bastará con buenas leyes para combatir la discriminación y los crímenes de odio”, entendió Verónica Castro desde Devenir Diverse, una de las organizadoras de las jornadas de visibilización en las sierras.
“Me nombro lesbiana siempre que veo que hay un contexto hostil hacia nosotras pero no comparto que haya una tensión identitaria entre lesbiana y mujer”, plantearon, a su turno, desde Desobediencia y Felicidad, que ‘stencilió’ remeras durante la actividad porteña. “Hay diferentes formas de habitarnos como mujeres. No decirme mujer lo sentiría como misógino pero reivindico otras formas de ser mujeres, sino sería dar por vencedor al discurso patriarcal”, enfatizó.
¡Ay, Andrea! ¡Hacete tortillera!
Aunque lo que da cuerpo a la fecha es una muerte provocada por un ‘heteromacho’, en las jornadas hay música, baile y risas. Es que también se trata de desestructurar el lugar tradicional del duelo –con su llorona paciente- en una movilización que busca romper las estructuras patriarcales opresivas. En Congreso, hubo música alternativa. Las Conchudas, una banda que empezó a gestarse hace dos años en un Encuentro Nacional de Mujeres, aportó cumbia con lenguaje propio: antídoto contra la opresión simbólica. Los temas que amaban bailar pero que eran violentos en sus letras sonaron en la plaza con otras palabras, las que convocan a que cada una se sienta en libertad de ser. “Ay, Andrea/¡hacete tortillera! /‘ Ay, Andrea / ¡Hacete feminista! / ¡Ay, Andrea!/ Seguí tu corazón”, cantan las seis.
“No hay nadie por fuera de cada una que marque nuestra sexualidad, la persona con la que tenemos ganas de construir. Y al que no le guste, que se vaya a Marte, porque ya no hay lugar en el mundo donde pueda tolerarse” la discriminación, planteó Lola, la percusionista del equipo. Que el sistema les diga a las niñas, adolescentes y adultas qué y cómo entenderse responde a la lógica capitalista de aplicar etiquetas porque “alguien que se sale de lo normativo ya no es parte de lo homogéneo y no es fácil de manejar”, consideró.
Por eso las lesbianas molestan y son invisibilizadas: se corren de lo que la matriz machista espera de ellas en tanto mujeres. “Y si sos pobre, es mucho peor”, denunció. La maternidad opera como excluyente de lo que es o no sinónimo de ‘ella’. Se estableció que las sujetas “vinieron al mundo para reproducir, no pueden elegir ser madre o no. Si no lo son, no resultan ‘productivas’”, analizó.
Una vez más, la categoría que define a lo políticamente señalado como ‘diverso’ puede servir para tranquilizar a quienes no se sienten parte porque así sintetizado ese colectivo tiene un espacio vital, parámetros, vidas capaces de ser conocidas. El temor que brinda lo no sabido puede irse si eso diferente tiene nombre. “Me defino lesbiana por una decisión política, para levantar la bandera de esa lucha. Pero en realidad no me defino nada, no tengo por qué. Es la sociedad la que lo necesita”, apuntó Lola.
Para comenzar, ponerle nombre tiene el sentido de recuperar los derechos, como el de vivir, que le arrancaron a Pepa. La lucha continúa para que, algún día, ya no haya que dar ni esperar descripciones.

las ricas quieren tener el chocho estrechito...

Las cesáreas en España: un problema en femenino plural

El abordaje sanitario de la última década de los procesos reproductivos no es más que una expresión reformulada de la falta de control de la mujer sobre su reproducción
.Uno de cada cuatro (24.9%) partos que se realiza en España se lleva a cabo por cesárea. Esta cifra es un 10% superior a la recomendada por la Organización Mundial de la Salud y el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad afirma que este “exceso” de cesáreas no se debe a condiciones clínicas de las mujeres o sus fetos, sino al estilo de práctica clínica llevado a cabo en nuestro país.
Traduciendo estas cifras, esto quiere decir que 2 de cada 5 mujeres sometidas a cesárea tal vez no tendrían por qué pasar por ese proceso, así como podrían evitar la exposición a los riesgos de complicaciones derivados de dicha intervención quirúrgica (porque sí, una cesárea no es sino una cirugía).
Habitualmente, cuando se trata este problema se alude a una serie de causas comunes: incremento de la edad materna, aumento de cesáreas por haber sufrido una cesárea previa, preferencias de la mujer en ciertos niveles sociales por percepción –errónea- de mayor seguridad, auge de la medicina defensiva como respuesta a la judicialización de la práctica clínica… Sin embargo, hay dos factores importantes que no se suelen contemplar y cuya comprensión es clave para dejar de concebir este asunto como una anécdota y pasar a darle la categoría de problema de salud (o incluso, vista su magnitud, de salud pública).
Por un lado, los modelos de prestación de servicios sanitarios pueden hacer que existan incentivos para la práctica de cesáreas con respecto a partos vaginales; se ha demostrado en  diversos estudios (y los  datos de nuestro país lo apoyan) que los centros privados presentan una mayor tasa de cesáreas que los centros públicos, lo cual se debe no sólo al hecho de que el obstetra tienda a adecuar el parto de la mujer a aspectos relacionados con su disponibilidad laboral, sino también a que la medicalización del parto es mucho más intensa en los centros privados, sin que ello se corresponda con mejores resultados de salud para la madre o el recién nacido; esto se ha visto de forma clara en  un estudio italiano publicado recientemente, donde se observó que las mujeres que llevaron un seguimiento del embarazo en centros privados tenían una mayor medicalización y tecnificación del embarazo y el parto sin que ello redundara en ningún resultado positivo en salud;  estudios similares en nuestro país afirman que el factor sociodemográfico y de utilización de servicios más decisivo a la hora de ser sometida a una cesárea es el ser atendida en un centro privado. 
El otro aspecto fundamental, y estrechamente ligado al anterior, es la concepción de la mujer como “combustible” del sistema sanitario. Son múltiples los ejemplos en los que la mujer se convierte en  objeto (nunca sujeto) de la medicalización, y el caso del parto es quizá el más paradigmático. Un proceso –el embarazo y el parto- que, con los adecuados controles sanitarios (de enfermería y medicina) debería concluir en un 85% de los casos en un parto vaginal, mayoritariamente sin complicaciones, se convierte en un proceso quirúrgico en cuya indicación raramente participa la mujer –deja de ser sujeto- y que comporta unos riesgos clínicos así como un aumento de los costes del proceso.
¿Por qué no se percibe el incremento de cirugías –cesáreas- como algo alarmantemente negativo por parte de la población? Muy probablemente un aspecto clave sea la persistencia de la concepción de las decisiones médicas como intrínsecamente beneficiosas e infalibles para nuestra salud, para la salud de la mujer en este caso. Por ello, comprender que a) existen condiciones estructurales y de organización que fomentan un tipo de parto sobremedicalizado (es importante insistir en que no defendemos desde aquí la ausencia de seguimiento médico del embarazo y el parto, sino que hablamos de la sobremedicalización nociva para mujer e hijo o hija) y b) la mujer se ha convertido, en los modelos actuales de práctica clínica, en el combustible de un sistema que necesita de ella –como objeto- para seguir creciendo.
Parafraseando a  Silvia Federici, el control de la reproducción es un tema esencial para cualquier proceso de transformación social; el abordaje sanitario de la última década de los procesos reproductivos no es más que una expresión reformulada de la falta de control de la mujer sobre su reproducción.
Muchas Comunidades Autónomas llevan tiempo trabajando en estos aspectos, pero se hace difícil confiar en que sin concepciones más amplias del problema se vayan a conseguir cambios significativos.

ES LA ENFERMEDAD DEL DINERO

Los españoles son los ciudadanos menos felices del mundo


Para nosotros el dinero es fundamental para lograr la felicidad

«Sólo el 59% de los españoles afirma que es feliz». Esta es una de las conclusiones de un estudio internacional realizado por la empresa de mercado Ipsos entre 24 países. Comparados con otras naciones, los españoles son los ciudadanos menos felices del mundo, solo los húngaros se encuentran peor que nosotros (53%). Muy lejos de los que más y mejor sienten que la vida les sonríe: indonesios (el 92% se considera feliz), canadienses (86%), suecos (85%) y estadounidenses (84%).
Este estudio se ha realizado entrevistando a entre 500 y 1.000 personas en cada uno de los 24 países analizados. En Europa, los más felices son suecos, belgas, británicos, franceses, alemanes e italianos.
Pero, además, a los españoles son a quienes más importa el dinero para lograr la felicidad. De hecho, a nadie le sorprende, que las personas con altos ingresos económicos se sientan más felices que aquellas que tienen unas rentas medidas o bajas. También las mujeres son más felices que los hombres y los jóvenes menores de 35 años se siente mejor con su vida que aquellos mayores de esa edad..