Hay
una fábula general de que las mujeres a partir de los 35 se desesperan
por ser madres, y hay una fábula condenatoria que le sigue: “Ella quiso
estudiar, ella quiso trabajar y ahora se da cuenta de que es tarde”,
dejando implícito, un horrible “y bueno, ahora que se la banque”.
Ninguna mujer se despierta un día y se acuerda del reloj biológico, lo
palpitamos desde siempre.
.
Empiezo cursi, pero banquen que tengo un punto. Tengo muchas amigas que
me han acompañado siempre y con las que he crecido y conocido el sentido
de la mayoría de las cosas que una persona de 30 años suele conocer y
que, sobre todo, me han servido de inspiración para todo lo que hago.
Siempre fuimos muchas y eso llamaba la atención: “¡Tantas mujeres
juntas! ¿de quién es el cumpleaños?”. De nadie, señor, somos chicas,
somos muchas y es viernes a la noche. Lo mismo nos pasó de mochileras en
el sur: “¿Tres carpas de mujeres? ¿Pero con quién están?”. Preguntaba
confundido el dueño del camping; once chicas paradas frente a él no le
parecía suficiente compañía. Al día siguiente, sorprendido de que
ninguna había muerto por la falta de ese bastión que armara la carpa o
prendiera el fuego, comenzaba a usarnos de gancho para los diferentes
viajantes: “Miren que acá hay tres carpas de chicas solas, eh”.
No quiero ni contar los años que han pasado de eso, porque uno de los
sentidos de la vida que se aprende luego de los 30 es que la misma dura
tan solo un soplo y el tiempo que transcurre entre el viaje al sur con
tus amigas hasta: “Mi hermana está pensando en congelar sus óvulos y yo
también”, no es más que un suspiro. Allí estábamos todas, como siempre,
entre cervezas, pero ahora con más dificultad para digerirla,
intensamente charlando sobre la posibilidad de congelar óvulos, algo que
para mi abuela es un relato de ciencia ficción y para nosotras es una
posibilidad de algo más, un poco de tiempo que nos regala la ciencia, un
changüí.
En estos días se hizo conocida la historia de Mónica, quien a los 24
años decidió congelar sus óvulos, como otro de los recursos que probaba
en aquella época, ante la dificultad de su marido para producir
espermatozoides. Luego, las vueltas inexplicables de los cuerpos
lograron que la pareja pudiera concebir sin ninguna intervención. Pasó
otro suspiro de la vida, y 14 años más tarde recordaron que tenían
aquellos óvulos congelados que podrían cumplirle el sueño a Mónica de
ser madre por segunda vez, y así fue. Eleuterio, su marido, a pesar de
las dificultades que tuvo en la juventud continuaba siendo fértil,
Mónica como cualquier mujer de 38 ya no lo era tanto, pero la ciencia le
dio el mismo changüí que a su marido.
"La historia de Mónica me da esperanzas de que quizás nuevas
formas de concebir se vuelvan populares y en el futuro existirán madres
más grandes, pero más felices porque pudieron tener la vida que
quisieron antes de traer otra. Me da esperanzas de que congelar óvulos y
manejar tus tiempos o inclusive ni siquiera tener hijos no sea
concebido por el mundo como algo anti-natural."
Por esto, la frase Carpe Diem pareciera no aplicarse a las mujeres.
Cuánto más difícil es para nosotras disfrutar del presente con un mundo
que te acosa con una sola frase: “A partir de los 35 los producción de
óvulos comienza a menguar”. El reloj no es sólo biológico, el reloj está
afuera, en la presión de tus padres, y en la presión de todos los
padres de tus amigas, y en la de tus suegros y en la de todos los
suegros de tus amigas, y en la presión de todos tus conocidos que no
conciben otra forma de realización que no sea la reproducción, y que ya
pueden adivinar el fracaso que será tu vida a menos que te ocupes traer
otra. El reloj no es biológico, es social y nos acosa desde siempre. Es
un chip que te inserta el médico apenas nacés: “¡Es nena!, ponele el
chip! Señora, cúcheme una cosa… el chip funciona mejor si a los dos años
le da a su beba para que juegue con muñecos de bebés, y así ya se va
preocupando por el tema desde que es bebé ¿se entiende, señora?”
La técnica de preservación de óvulos en frío aparece como una
alternativa a los tiempos de ese reloj. “Ah no, eso, eso es anti-
natural” dirá tu abuela “solo dios sabe el óvulo de quién te están
metiendo ahí adentro”. Las aberraciones que se emiten en nombre de lo
mal llamado “natural”, como aquellos que quieren justificar
comportamientos actuales de las personas con incomprobables procederes
del hombre de las cavernas: “¡El hombre iba a cazar y la mujer se
quedaba en la cueva!”. Sí, claro, me imagino que las parejas eran muy
estables en la edad de piedra.
La historia de Mónica me da esperanzas de que quizás nuevas formas de
concebir se vuelvan populares y en el futuro existirán madres más
grandes, pero más felices porque pudieron tener la vida que quisieron
antes de traer otra. Me da esperanzas de que congelar óvulos no sea
concebido por el mundo como algo anti-natural. Yo no entiendo el deseo
desperado de tener hijos, pero no por eso lo juzgo ni lo condeno. Ojalá
un día la elección de una mujer de no tener hijos tampoco sea entendido
como anti-natural. Por supuesto que estoy soñando muy alto, cuando
todavía vivimos en un mundo en el que un grupo de mujeres sin un varón
en el medio llama mucho la atención. Pero como dijo José Ingenieros:
“La humanidad no llega hasta donde quieren los idealistas en cada
perfección particular, pero siempre llega más allá de donde habría ido
sin su esfuerzo”.