domingo, 19 de abril de 2015

El amor depende más de la memoria que de las hormonas


La química puede influir bastante en el deseo sexual, pero muy poco en nuestro comportamiento amoroso                



En las entrevistas por “S=EX2: La Ciencia del Sexo” es muy frecuente que me pregunten por la química del sexo y del amor, como asumiendo que son un poco lo mismo.
Yo siempre empiezo respondiendo que aunque conectados, sexo y amor son procesos neurofisiológicos muy diferentes.
Las hormonas sí condicionan el deseo sexual
Y hay numerosos ejemplos de ello: Las hembras animales sólo están en celo cuando ovulan, sin ser conscientes de su ciclo, simplemente porque una combinación hormonal determinada las hace sentir excitadas. A los transexuales que previo a una operación pene-vagina les bajan los niveles de testosterona les disminuye el deseo sexual, mientras que aumenta en los que para masculinizar su cuerpo reciben suministro de testosterona. Los fármacos contra la depresión que aumentan los niveles de serotonina suelen perjudicar seriamente el deseo y la función sexual, mientras que los dopaminérgicos la elevan. Y la prolactina liberada tras el orgasmo contribuye a la saciedad y reducción repentina de deseo. La química corporal interna sí condiciona el comportamiento sexual.
Obvio que en nuestra especie el sexo tiene un componente psicosociocultural innegable, que casi siempre suele mandar por encima del instinto de hormonal. Pero biológicamente hablando, la reproducción es una de las funciones primordiales de cualquier ser vivo, y tiene absoluto sentido que la selección natural haya codificado minuciosamente unos circuitos moleculares del deseo.
Exagerando con la oxitocina
El amor es diferente. Cierto que la evolución también ha favorecido que algunas especies de mamíferos y aves formen parejas estables sucesivas que se apoyen en el cuidado de su descendencia, y que en ello hay hormonas involucradas como la oxitocina o la vasopresina. Pero el amor es una emoción mucho más sofisticada que no se puede reducir a lo químico.
Y no me hagáis trampa: ya sé que en última instancia toda actividad mental tiene un sustrato químico. Pero no va de eso. A lo que me refiero es que cuando alguien mira a su pareja y siente que la ama, el desencadenante inicial de esta emoción no es un chorro de oxitocina entre sus neuronas, sino los recuerdos del pasado vivido juntos o las proyecciones del futuro que está por venir. La memoria –consciente o inconsciente- influye infinitamente más que las hormonas en el amor romántico.
La etapa inicial de enamoramiento enajenador es otra historia. Ese es un amor más engañoso, adictivo y transitorio, y quizás sí más condicionado por fluctuaciones hormonales. Pero quienes superada esta etapa fantasiosa sigan juntos queriéndose e ilusionados con su relación, no será porque sus circuitos neuronales se hayan quedado hackeados químicamente, sino porque cuando sonríen a su amado o amada recuerdan las múltiples experiencias buenas y malas que les han unido, y se entusiasman con los proyectos vitales o familiares que juntos van a emprender.
Puede ser que al recordar esto se liberen ciertos niveles de oxitocina generando una sensación de bienestar y satisfacción. Pero esa oxitocina es una consecuencia no una causa, y acudir a ella para justificar el amor es una simplificación demasiado extendida entre los comunicadores científicos. En realidad la química es bastante superflua para explicar el amor de largo plazo entre humanos.

Escrito por Pere Estupinyà

Pere Estupinyà
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