sábado, 8 de julio de 2017

De la compasión y otras monadas

La neurociencia aún debe hallar en el cerebro humano una región sin equivalente en el de los simios.  
De la compasión y otras monadas
Hace ya diez años la revista Time en su clásica lista anual consideró al holandés Frans de Waal entre las cien personalidades más influyentes del planeta. Desde entonces su reputación no ha decaído (al contrario), tampoco su capacidad de trabajo y sus libros, tanto los más antiguos como los nuevos, no dejan de leerse, traducirse y publicarse. ¿A qué se dedica Frans de Waal? A estudiar monos.Esta es la versión provocativa (y algo despectiva) que el mismo de Waal criticaría. De Waal se dedica a estudiar primates, es decir, a nosotros mismos. De entre los primates de Waal destacó por sus estudios con chimpancés y bonobos. Sus estudios pioneros y extensivos con una colonia de chimpancés en cautiverio puso de relieve los comportamientos sociales de estos, en especial las luchas constantes de poder que incluían comportamientos complejos como la realización de alianzas y una subestimada capacidad para la resolución de conflictos.
Su trabajo incluyó una observación paciente de las conductas (más de diez mil horas), la formulación de hipótesis puestas a prueba mediante experimentos controlados (y sumamente ingeniosos) y la lectura de Maquiavelo. Aunque la de los chimpancés es una sociedad rígidamente jerárquica, las luchas de poder raramente llegan a la violencia y son resueltas por otros medios. Hasta la década del treinta se pensaba que los bonobos no eran más que una clase de chimpancés más pequeños.
Hoy se sabe que son una especie distinta cuya mayor diferencia con los chimpancés (aparte de su tamaño y su mirada) es justamente su comportamiento social; mucho menos confrontativo, con una vida sexual mucho más activa y libre y una natural predisposición a la cooperación. Pareciera que chimpancés y bonobos en su comportamiento social son el yin y yang de la filosofía política moderna, Hobbes y Rousseau para ponerle nombres propios. Otra manera de abordarlo sería por su orden patriarcal o matriarcal, respectivamente. La idea del “hombre lobo del hombre” (deberíamos decir “mono lobo del mono”) y el mito del buen salvaje tienen su correlato en los dos tipos de organización social de los primates no humanos más cercanos a nosotros mismos (compartimos más del 98% del genoma con ambas especies y tenemos rasgos de ambos que no están presentes en cada uno). Esta es la punta del iceberg.
De Waal es en más de un modo heredero de otros grandes científicos escritores y divulgadores de gran éxito. Todavía se leen y reeditan los libros de ese gran estudioso y teórico del comportamiento animal del siglo pasado que fue el austríaco Konrad Lorenz. Solo que si el gran éxito de este fue su libro titulado Sobre la agresión, el gran tema de De Waal es, por el contrario, “la empatía y la cooperación”. También hace ya diez años se publicaba en español Our Inner Ape (El mono que llevamos dentro, Tusquets). Allí decía que rara vez se considera al compañerismo y la empatía como un legado biológico cuando hay mucho menos problema para reconocer el sexo y el poder como presentes en nuestra “naturaleza”. Sin embargo, la antigüedad de estos impulsos se evidencia en el comportamiento de nuestros parientes primates (y no solo ellos).
Tanto chimpancés como bonobos, aparte de otros animales como perros, delfines y elefantes, tienen la capacidad de ponerse en el lugar del otro y tener conductas “compasivas”. Nuestra obsesión como especie de ponernos en el lugar de excepción ha llevado a científicos y filósofos a ignorar esta capacidad en el mundo animal o –y como una consecuencia no deseada de esta ceguera– a disminuirla en nosotros mismos como meramente secundaria o accidental.
En su último libro traducido al español ,¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? (Tusquets, 2016), vuelve a poner el acento en el obstáculo epistemológico de lo que llama neocreacionismo. Muy presente en las ciencias sociales y humanidades en general está arraigada la idea de aceptar la evolución a medias. La convicción de que algo trascendental tuvo que pasar después de que nos separáramos de los monos, un cambio abrupto sin precedentes en los últimos millones de años (o quizás aún más reciente). De Waal dice que se alude a este suceso con palabras como chispa, brecha o abismo (¿deberíamos agregar grieta?). Sin embargo, la revolución cognitiva llegó también al estudio de la inteligencia animal y una y otra vez son reveladas capacidades en animales que creíamos exclusivas de nuestra especie; planificación de conductas ordenadas a un fin, previsión de futuro, transmisión “cultural” de comportamientos aprendidos, reconocimiento de patrones (caras por ejemplo), una memoria que incluso excede por mucho nuestras capacidades. Dicho de manera negativa, la neurociencia todavía tiene que encontrar una región del cerebro humano que no tenga equivalente en el cerebro de los simios.
El linaje de los animales cooperativos De Waal, con un estilo paciente, amable y considerado con el lector, tiene la capacidad de poner siempre el dedo en la herida. Así y todo, gracias a su gran poder de persuasión después de leerlo parece difícil no leer las conductas en general bajo esta nueva mirada, por más provocativa que sea. Parte de su gran atractivo para los lectores racionales que somos es el apoyo de sus “anécdotas” sobre animales (hay muchas), con la explicación de experimentos controlados.
Uno de los más notables tiene un papel especial en El Bonobo y los diez mandamientos. En busca de la ética entre primates (Tusquets, 2014). Allí cuenta un experimento realizado y reproducido con distintos monos en el cual los sujetos que realizaban una tarea y estaban contentos con la recompensa que recibían dejaban de realizarla (¡y de estar contentos!) cuando veían que al lado suyo otro mono recibía una recompensa más apetitosa.
No es sorprendente que los experimentos dieran los mismos resultados en un antiguo linaje de animales cooperativos como son los perros. Saltando a las conclusiones y dicho de manera directa: “nuestro propio sentido de justicia no es un producto de nuestra cacareada racionalidad sino que tiene sus raíces en emociones básicas”.
Dice De Waal que tenemos las emociones propias de un animal social y no cualquier animal sino un mamífero (nuestra sociabilidad no es la de las hormigas o abejas). Cuando se dice que un hombre no controla sus instintos como un chimpancé, se está faltando a la verdad. Por el contrario, el nivel de organización de estos primates solo es posible por su fuerte control de impulsos.
En el estudio de la moralidad como en el estudio de la inteligencia, necesitamos una visión de abajo arriba. Procesos cognitivos homólogos (podemos agregar procesos emocionales homólogos) implican procesos neurales compartidos. La supuesta brecha es solo una brecha narcisista.
Un enfoque filosófico con énfasis en los potenciales humanos (de empatía y cooperación compartido con muchos mamíferos) es muy antiguo: es el programa humanista. Contrariamente a lo que podía esperarse, compararnos con nuestros colegas primates nos hace inmunes a los esquemas reduccionistas según los cuales somos esclavos de nuestros instintos. Nada es lo que parece.

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