lunes, 10 de julio de 2017

LA MATE PORQUE ERA MIA


“Ahora se quiere divorciar, la mato”

Un estudio sobre violencia de género incluye entrevistas con los agresores en prisión. Todos responden voluntariamente a una pregunta: “¿Por qué la mataste?”


Violencia de genero
Entevista a un maltratador en la cárcel de Valencia, con el catedrático Enrique Carbonell. EL PAÍS
Los expertos en violencia de género hablan metafóricamente de que hay que lograr intervenir antes de que caiga esa “gota que colma el vaso”. Dicen, simbólicamente, que el vaso de unos agresores es “un chupito” y el de otros “un mini de un litro”. Por eso, cuando en las entrevistas en prisión, se les pregunta: “¿Por qué la mataste?” hay algunos que contestan fríamente y aportan detalles insignificantes para justificar el mortal desenlace: “Ese día me dijo que iba a llegar en un autobús y no llegó”, cuenta por ejemplo uno que mató a su novia a hachazos.
Otros, pareciera que no quieren volver a recordar ese momento, se sienten avergonzados, y pasan de puntillas sobre lo ocurrido, aunque ya hayan pasado años: “Aquella mañana me acababan de decir que me hacían un contrato indefinido. Me di la vuelta en el metro para llevarle la documentación a mi jefe. Estaba feliz. Y me la encontré allí, con otro en la cama, era la tercera vez que la pillaba, se me fue la cabeza, me dejé llevar por la ira”. La asfixió.
Hay también algunos que, reconocen punto por punto lo que dice la sentencia que les condena (25 años), no escatiman en detalles y son capaces de reproducir hasta las sensaciones y pensamientos de los minutos previos a cometer el crimen: “Me acosté y no dejaba de pensar: “Esta tía me quiere arruinar la vida, ahora se quiere divorciar, es que la mato, la voy a mandar matar, ¡qué coño! Me la cargo yo ahora mismo”, me levanté, fui a la cocina, cogí un cuchillo, saqué al niño con cuidado de la habitación y volví a por ella: la apuñalé a traición mientras dormía”. 43 puñaladas exactamente.

Perfiles psicosociales del maltratador homicida

P.O.D.
El maltratador ‘ocasional’. Son aquellos que no tienen rasgos de violencia previos, lo que les convierte en difícilmente detectables. Suponen aproximadamente el 45% de los agresores, según los primeros análisis de los últimos estudios.
El sociópata. Individuos con dificultades de socialización. Normalmente, con antecedentes penales o policiales. Suponen un 20%.
Inestables. Son hombres con alteraciones emocionales y vivencias intensas de los problemas y preocupaciones. Aproximadamente el 30%.
Psicópatas. Personas con dificultades empáticas. Falta de sensibilidad bajo aparente sociabilidad. Es un perfil que no supera el 5% de los casos de los homicidios de pareja.
Incluso hay algunos que, después de haber llamado a los servicios de emergencia: “Ya me la he cargado, ya esta, esta mujer me tenía en un sinvivir”, luego —y pese a estar grabada la llamada— niegan haber sido los autores del crimen: “Yo fui a socorrerla, pero quien la atacó fue el otro”, asegura ya pasados los años y cumpliendo condena por el homicidio. O los que le echan la culpa a sus compañeros de piso porque “la dejaron morir, no la llevaron al hospital”, después de que él la cosiera a puñaladas.
El 20% de los hombres que matan a sus parejas se suicida, y un 10% lo intenta, según los estudios estadísticos existentes al respecto. En estos momentos en España hay 6.786 reclusos por delitos de violencia de género, según los últimos datos de Instituciones penitenciarias. Según los trabajadores sociales y psicólogos que trabajan con ellos en programas específicos de violencia en las prisiones “suele ser común el componente cultural machista, aunque se le sumen otras muchas variables”. Y advierten de una circunstancia que tiene que ver con las reclusas: “La mayor parte han sido víctimas de violencia de género y son carne de cañón en nuevas relaciones que puedan surgir, dentro o fuera”.
Las entrevistas realizadas a los agresores para completar el análisis de los —al menos— 200 casos que se han propuesto revisar pormenorizadamente desde la Secretaría de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior, son confidenciales y autorizadas por internos que voluntariamente quieren contribuir con sus testimonios a evitar la violencia.
En ellas se hace un recorrido por su vida, “hasta el día exacto en que la mata”, con el fin de averiguar qué fue lo que hizo estallar esa violencia mortal, “tenemos que intentar saber por qué no lo hizo antes ni después, sino en ese momento”, explican José Luis González y Juan José López-Ossorio, doctores en psicología —comandante de la Guardia Civil uno, Policía Nacional el otro— y coordinadores de este macroproyecto de investigación. Las conversaciones se graban y se analizan después con el equipo que investiga el caso para extraer conclusiones y terminar de perfilar psicosocialmente al homicida. EL PAÍS ha podido ver algunos fragmentos de varias de ellas, salvaguardando la identidad de los presos.
Hay otra pregunta recurrente que deben responder los agresores: ¿Qué pasó en los días/horas previos?
“Llevaba tiempo —desde la primera vez que la pillé con otro— que no sabía qué es lo que hacía mal, trabajaba, cuidaba del niño, pero ella ya no quería hacer nada conmigo; yo me pasaba los días del trabajo a casa, no hablaba de esto con nadie, paseaba solo o con el niño, pero no conseguía saber qué estaba haciendo mal para que me tratase así, me sentía inútil, que no valía para nada, no comía, no dormía, fui hasta al psicólogo, hasta pensé en quitarme de en medio, tenía que haberme ido”, cuenta uno que, según los investigadores, es “de los de vaso de litro”, “esos que nunca dicen que algo les molesta, que nunca reclaman nada, que miran mucho lo que los demás piensan de ellos, se convierten en una bomba de relojería que puede estallar por cualquier cosa, incluso por cosas que no estalló antes”.
“Hacía 15 días que me había dicho que se quería divorciar y en ese momento me di cuenta de que estaba enamorado de ella, aunque nos hubiésemos casado de penalti”, dice otro. “Dejé de comer, ya dormíamos separados, empecé a tomar ansiolíticos, sentía celos, pensaba que me estaba faltando el respeto y a mi orgullo como hombre, me imaginaba lo que dirían de mí en el pueblo... Yo solo quería que todo volviese a funcionar como yo lo tenía planteado”. Los estudios y los análisis de los expertos en violencia de parejas revelan que la incapacidad de gestionar o tolerar la frustración de sus expectativas es un factor que aparece con frecuencia en los agresores.

“Mejoraremos la protección de ellas si se toman medidas con ellos”

P.O.D.
Enrique Carbonell, director del Instituto Universitario de Criminología y Ciencias Penales de la Universidad de Valencia, es uno de los profesores-tutores de algunos de los equipos que están revisando casos en la comunidad levantina. Ya ha asistido a varias entrevistas con agresores y ha detectado algunos aspectos que le parecen comunes en los “homicidas de pareja”: “Antes de cometer el crimen muchos tienen sensación de acoso, de perdida de pilares importantes, de rechazo social (les importaba mucho lo que los demás piensaran de ellos), por ejemplo”. Y lanza un misil contra el concepto actual de atención y protección a las víctimas de violencia: “Mejoraremos mucho las medidas de protección de ellas si se empiezan a tomar medidas con ellos, enfocamos mucho a la víctima y se pone poco el foco en contralarlo a él.”