La doctora Hebe Vessuri, antropóloga e investigadora principal del Conicet en el Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas, fue distinguida con el Premio John D. Bernal de la Society for Social Studies of Science (4S). Un reconocimiento que se entrega anualmente a académicos cuyas contribuciones fueron significativas en el campo de la Ciencia, la Tecnología y la Sociedad (CTS). Esta ocasión constituye la primera vez que se otorga a un investigador que no pertenece a Europa ni a los Estados Unidos.
La trayectoria de Vessuri representa un ejemplo palpable del modo en que los estudios etnográficos son capaces de brindar herramientas enriquecedoras para el debate y el diseño de políticas de impacto en el entramado social. Sus investigaciones vinculadas a los “modos de hacer ciencia” nacionales y regionales, el rol cultural del desarrollo científico y la promoción y el análisis del enfoque CTS en las naciones periféricas fue fundamental para repensar las discusiones en torno al campo.
Cómo deben actuar los sistemas de ciencia y el papel de los investigadores locales en relación a las dinámicas mundiales, las fisuras del régimen meritocrático y las lógicas de la carrera tras el paper, la necesidad de constitución de una perspectiva contrahegemónica capaz de representar los intereses de la periferia: sobre todo eso opina Vessuri. Una eminencia en el campo latinoamericano, autora y editora de 31 libros y cientos de artículos, capítulos de libros e informes gubernamentales.
–Estudió antropología social en Oxford (Inglaterra) bajo la tutoría del célebre antropólogo inglés Edward Evans-Pritchard. ¿Cómo fue esa experiencia?
–Fue decisivo. Era la gran figura de la antropología británica, con una tremenda experiencia de campo y una rica capacidad de interpretación teórica, que planteó la posibilidad de concebir a la antropología más cercana a las humanidades, a la historia y  a la filosofía. De hecho, sus libros sobre la brujería y la religión entre los pueblos nilohamíticos constituyen verdaderos clásicos de la disciplina. Creo que me eligió como estudiante porque era la primera latinoamericana que llegó al Instituto de Antropología.
–Todo un honor. Luego, en 1966, decidió exiliarse por primera vez y fue a Canadá a dar clases.
–De Oxford decidí continuar viaje hacia Canadá sin retornar a Argentina. Mientras estudiaba para el doctorado en Inglaterra con una beca del Canada Council comencé a brindar clases de antropología en Canadá. Estuve en Dalhouse University (Halifax) después en la Universidad de Victoria (Isla de Vancouver) y finalmente en Simon Fraser University (Vancouver). Fueron experiencias muy valiosas, por el afecto y la nostalgia que atesoro.
–Sus estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad llegan un poco más tarde,  cuando se exilia en Venezuela en 1976. ¿De qué manera las herramientas antropológicas fueron utilizadas en este enfoque?
–Por aquellos años trabajé en el Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la Universidad Central de Venezuela y en el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Sin embargo, mi primer contacto fue en Tucumán, cuando me interesé por analizar la tecnología de los ingenios azucareros que combinaba avances tecnológicos con tractores en el campo y las técnicas primitivas que todavía se usaban para el corte de la caña en muchos lugares. Un verdadero arte que aprendía y desplegaba el obrero cañero en el cañaveral. Se trataba de mundos técnicos diferentes que me llamaban mucho la atención.
–Sus intereses de investigación surgidos en Tucumán se completaron en Venezuela.
–Exacto. Cuando llegué a Venezuela, en tiempos de Reforma Agraria, tuve la posibilidad de trabajar en un proyecto sobre tecnologías agrícolas. Allí apliqué la idea que había empezado a desarrollar en Argentina: identificar diferentes formas de organización de la producción para estudiar las dinámicas propias que caracterizaban al campo venezolano. Más tarde comencé a investigar los químicos y la catálisis en ese país petrolero, y luego vinieron otros estudios de diferentes disciplinas, del conocimiento científico y técnico. La mirada antropológica fue siempre la que me orientó y me llevó a privilegiar las acciones, las percepciones, las interacciones de individuos y grupos con instituciones, los objetos técnicos y procesos históricos, las acciones políticas y los valores, así como también las representaciones.
–¿Cómo definiría el enfoque CTS? ¿Cree que la ciencia, efectivamente, está cerca de la sociedad?  
–Pienso que la dicotomía que se construyó conceptualmente en torno a una separación entre ciencia y sociedad se ha ido desvaneciendo. Hoy sabemos que la ciencia es sociedad y es cultura, si bien como institución social muchas veces funcionó en aislamiento respecto de muchos procesos. Hace tiempo que la ciencia está ligada a los intereses de grupos económicos poderosos que la distancian de la posibilidad de atender problemas de grupos más amplios de la sociedad en la que está situada.
–¿Qué diagnóstico hace del estado del sistema científico en Argentina?
–En la historia moderna el sistema científico argentino tuvo algunos momentos de esplendor que lamentablemente duraron pocos años. En la última década y media se comenzó a revalorizar la actividad científica y se logró algo muy interesante que fue crear espacios para el crecimiento del cuerpo científico de manera más sistémica, con becas mejor remunerados, carrera del investigador, subsidios,  formación de posgrado, áreas en las que Argentina había quedado bastante rezagada, incluso por comparación con otros países de la región. Los logros se demoran en fructificar porque la construcción de capacidades no es instantánea y lleva tiempos insoslayables.
–¿Qué evaluación hace respecto del futuro?
–Quisiera creer que se aprovechará lo que empezó a construirse, se revisarán objetivos y se concentrarán los esfuerzos en consolidar lo alcanzado para buscar horizontes más ambiciosos de intervención en lo social y lo económico, apoyados en la ciencia y la tecnología.
–¿La ciencia producida aquí es reconocida a nivel mundial?
–¿Reconocida respecto de qué? ¿Para quiénes? Esta es una de las preguntas “gancho” para inducir la política de internacionalización de la investigación, que en última instancia se reduce a una política de publicación o coautoría en publicaciones de corriente principal (mainstream). De hecho, esta orientación supone cierta renuncia de los organismos de política a la posibilidad de orientar el desarrollo científico nacional ya que lo que se busca explícitamente es la integración pura y simple con el así llamado “ámbito internacional”. Si el mundo fuera plano, sin aristas y asimetrías, no habría inconveniente, pero no es así y por eso las acciones, creo, deberían presentar otras combinaciones posibles y deseables.
–Su respuesta conecta indefectiblemente con otro interrogante, ¿cuál debería ser el rol de los científicos? ¿Deben preocuparse más por integrarse al sistema mundial de publicaciones o bien por realizar investigaciones de impacto? 
–Los científicos también vienen de muchos colores, vocaciones y compromisos. Las políticas públicas pretenden orientar la actividad científica de un país en ciertas direcciones más que en otras. Pero también las políticas vienen en paquetes complejos, lo que lleva a hablar de policy mixes, de mezclas específicas que deben compatibilizar objetivos muchas veces contradictorios, en el seno del Estado y la sociedad. Se necesitan armonizar intereses y necesidades a menudo difíciles de reconciliar.
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