miércoles, 11 de octubre de 2017



Me sacaron el útero

Por
utero
Ese día estaba haciendo fiaca a la hora de la siesta, y Juan vino a contarme que había llamado la ginecóloga. Ya tenía los resultados. Hacía apenas una semana me habían hecho un PAP y una biopsia, porque tenía un sangrado entre periodos, pero pensé que estaba relacionado con que en diciembre junto con mi última cesárea me había ligado las trompas.
Cuando entramos al consultorio, la médica estaba con otra de más experiencia, y las dos se veían muy serias. Nos sentamos y después de algunas palabras que vuelteaban el asunto, la más joven fue al grano.
-Los estudios salieron mal, Sara. Encontramos un carcino.
Un zumbido se me metió en la cabeza. La boca se le seguía moviendo, la otra asentía y yo no escuche más nada.
-¿Cuál es mi diagnóstico?
-Cáncer de cuello de útero.
Mi recuerdo de ese momento es que yo estallo, miro en perspectiva desde cierta altura y él está agachado, levantando mis pedacitos del piso. Sé que me quede ahí dura, en la silla, llorando. Las horas siguientes fueron llorar juntos a escondidas de los chicos. La angustia era por ellos ¿Me voy a morir? ¿Quién lo iba a ayudar a cuidarlos? Me recuerdo abrazando a Silvestre, el de 8 meses, llorando y diciéndole ‘perdón hijo’. Se avecinaba una tormenta.
¿Cuento que tengo cáncer de útero? Durante los primeros días elegí decir que era sólo cáncer, sin especificar. Por alguna razón me daba vergüenza. Las mujeres ya no deberíamos enfermarnos de esto, ni mucho menos una mina de 35 años como yo, que tiene la posibilidad de tener obra social, controles, información. Tanta como para saber, que para cuando termine el año, se habrán muerto unas 1.900 argentinas, y que casi 5.000 habrán sido diagnosticadas de lo mismo.
Lo que ocasiona el cáncer de útero tampoco es fácil de digerir, porque el virus del papiloma humano es responsable de la totalidad de los diagnósticos. Es casi una epidemia que tiene cuatro de cada cinco activos sexuales. Es silencioso, asintomático, en muchísimos casos se va sólo y en menos del 5 por ciento, sobre todo en los cuerpos de las mujeres, puede quedar hasta transformase en cáncer.
En Argentina logramos que haya una vacuna gratuita para todos los chicos y chicas de 11 años. Es una apuesta al futuro enorme e igualadora. Pensé ¿qué hubiera pasado si Evita la recibía de piba en Los Toldos? La frase ¡Viva el cáncer! ¿No existiría? De nuevo me vino a la mente la mesa desbocada de machos con Alejandro Fantino, en donde se burlaron de eso. Si, ¡en 2017! Mostraban el tren de Río Turbio, en mi provincia, al que el Kirchnerismo bautizó “Eva Perón”. De la nada, a alguno que le pareció que la maquina era una porquería dijo: “¡Pero ese tren es un cáncer!”, y reventaron todos de risa. Me ofendo de nuevo.
Yo seguía diciendo sólo cáncer porque, además,  útero me daba muy íntimo. Entonces algo que había quedado muy lejos me volvió a la memoria: la vez que un ex celoso y posesivo me dijo en una discusión: “Andá, si vos tenés fiebre uterina, nena” ¿Fiebre uterina? ¿Qué carajo?
Es que cuando hablamos de útero, traemos prejuicios que nos instalaron allá lejos y hace tiempo. Los griegos y los egipcios hablaban de una enfermedad femenina llamada ustera o hystéra ¿Histérica les suena? ¡Claro! Tipos como Hipócrates, Aristóteles y Platón creían que el útero era un órgano con vida propia, que migraba por todo nuestro cuerpo en busca de calor a falta de sexo. No garchar nos volvía locas. No importaba si en realidad era epilepsia o gripe, la explicación en esa época era que el útero quería que cogiéramos.
Durante el medioevo, muchas mujeres “histéricas” fueron declaradas brujas y las sometieron a tratamientos crueles que terminaron en la hoguera. Pero ojo, no hacía falta estar con alguna dolencia, sino que alcanzaba con tener pensamiento propio. En el siglo XIX se implementó el masaje de clítoris, para que se nos pase la calentura, o el dolor de muelas, o de espaldas.
Más para acá, las histéricas llegaron a la cultura de masas con el histrionismo a disposición de fingir un orgasmo en escena, bien gritón y mentiroso, o de mostrar ataques de locura que terminaban en desmayos o llantos con lamentos desgarradores ¿Se acuerdan de la llorona? Los hombres, en cambio, pasaron de usas sus penes como trofeos a agarrarse los testículos para jurar verdad en un juicio. Igual, nada más osado que la propia Biblia para comprender que nuestro útero siempre fue un castigo. Eva pisa el palito y se come la manzana, pero nadie mira que la tipa quería la sabiduría. Ahí hay un acto de rebelión hermoso. Sin embargo ¿cómo la castiga Dios? Haciéndola parir con dolor y aclarándole que el deseo sólo iba a ser para Adán, su dueño.
Por esos días todo estaba muy a flor de piel. Respiraba profundo el aire frío y ventoso que anticipaba la primavera del sur, el pasto que da a mi ventana me parecía de un verde poderosísimo, al igual que la luz natural me daba nostalgia. Creo que todo eso se llama cagazo.
Al día siguiente de mi diagnóstico, el hospital público de Rio Gallegos me dio la posibilidad de internarme. Todavía tenían que determinar en qué estadio estaba mi cáncer, para saber si era operable o directamente iba a quimio y radioterapia (que por cierto, no hay en toda Santa Cruz).
Para eso, a lo largo de varias internaciones me hicieron una colonoscopia, buscando conocer si el cáncer había trasladado del útero al recto, una cistoscopía, para ver si no afectaba mi vejiga y finalmente, lo que se llama un ‘tacto bajo anestesia´, verificando que esos resultados coincidieran con el palpado de los dedos de las médicas. A todo lo superé con éxito. Mi estadificación fue un cáncer 2ª que no había llegado a las paredes de la pelvis. Por lo tanto, si me sacaban el útero, los ovarios y ganglios linfáticos, tenía altísimas chances de curarme.
Hasta que lo supe los días pasaron ligeros, fueron ocho y muchas horas de Google buscando testimonios de mujeres que pasaron por lo mismo que yo. Es decir, que hayan sobrevivido al cáncer de útero, pero que además hubieran entrado en la menopausia antes de tiempo, como consecuencia de la falta de ovarios ¿Me voy a sentir incómoda cuando escuche la frase ‘me sobran ovarios para tal cosa’? El carnaval de angustia, la falta de esperanzas y la desinformación que leí en varias historias, me hizo ver que ni enfermas dejamos de sentir el rigor machista sobre nuestros cuerpos:
“Ya no me siento mujer” “Mi marido me tiene paciencia pero tengo miedo que se vaya con otra” “Quería tener otro hijo, ahora mi vida no tiene sentido”.
Mi histerectomía radical, o traducido, la extirpación total de mi útero histérico, se hizo a las tres semanas de mi diagnóstico. Es una de las cirugías más complejas de ginecología y por lo tanto, de alto riesgo. Me operaron tres mujeres. Una de cincuenta y pico, otra de cuarenta y tantos, y la última, de 35, como yo. Mi vieja me contó que vio a la más grande sentada en el piso del pasillo del quirófano, y a las otras dos apoyadas contra la pared. Las tres con las caras transpiradas, riéndose, cómplices, después de haberme operado cinco horas. Esa imagen me estruja el pecho.
Una internación de seis días, buena analgesia y prácticamente ningún dolor. Con ese camino liberado, lo que realmente tenía un peso gravitacional era la menopausia quirúrgica. Estaba alterada por todo lo que había leído, pero además, ya tenía unos sofocos que me abrazaban de repente a cualquier hora de la noche.
Cuando llegué a mi casa tuve que empezar la sustitución hormonal, que es como tomar anticonceptivos pero con 2mg de drospirenona y 1 mg de estradiol, para seguir teniendo estrógeno y que no se me afine el pelo, no me den esos calores y prevenir la osteoporosis.
Cuando tuve la primera caja de Gadofem, me quedé mirándola. En la foto se veía a una mina grande, ni una cana, con sonrisa de dientes demasiado blancos y perfectos, el pelo revuelto y la actitud picarona. Pensé en qué buena imagen era esa para proyectar a los cincuenta, y me largue a llorar desconsolada, con mi pastillita rosa en la mano, pensando que yo ya era una ‘menopaúsica de mierda’. Porque eso pensé de mí.
Pero de nuevo, ¿de dónde venía la bronca con la menopausia? ¡Aha! La menopáusica de mierda se había dado cuenta de que eso y vejez venían de la mano, en una sociedad en la que disfrutamos de descartarnos, escondemos a los viejos y nos chifla la juventud estética.
Eso tampoco es nuevo. Casi llegando al 1900 los científicos -que por supuesto seguían siendo varones- prohibieron el sexo en la vejez por ser una desviación a la que llamaron “paradoxia”. Es que el deseo, la libido, no estuvo bien vista para aquellas mujeres que ya no tuvieran edad de tener hijos. La menopausia tiene mala prensa porque la violencia simbólica tejió sobre nuestros vientres una historia de viejas calentonas, posesas, convulsionantes, que en el cine crearon la idea de la madura preferentemente adinerada, que estaba al pedo, y se la agarraba con el jardinero, que tenía que ser jovencito y rendidor.
Hoy, si buscamos “paradoxia” en Internet, lo primero que aparece es un libro que vale 100 mangos y relata la historia de una piba violada por el padre, que termina convirtiéndose en una “depredadora sexual, masoquista y drogadicta”.
Y después están los mandatos sociales. La psicóloga me pide que haga un duelo por el útero que ya no está. La idea me resulta un tanto ‘cu-cu’. De todos modos soy mamá y entiendo que no debe ser nada fácil para una mujer joven con menopausia quirúrgica saber que eso nunca va a pasarle. Veo eso, y también veo el romance que hay entre la violencia hacia los niños y los nacimientos no deseados. A las childfree las tildan de perras egoístas ¿el instinto materno está en el útero?
Sobrevivir a un cáncer es continuar con nuestras vidas después de una situación terriblemente oscura ¿No alcanza? Por supuesto que habrá cambios. Pero me niego a sufrir por pérdidas que son más bien una fabricación machista de nuestra femeneidad.

Israel hace negocio con la salud de los palestinos

La ocupación en Cisjordania y el bloqueo de Gaza provocan que los casos médicos más difíciles se deriven a hospitales israelíes, un proceso que cuesta millones de euros a las arcas palestinas
Marc Español

<p>Osama y Laith esperan  la llegada de Susan, voluntaria de la ONG Road To Recovery, junto al checkpoint de Qalandia.</p>
Osama y Laith esperan  la llegada de Susan, voluntaria de la ONG Road To Recovery, junto al checkpoint de Qalandia.
M.E.

Cuando las mezquitas de Ramallah apenas anuncian que el sol empieza a dejarse caer por las calles de la ciudad, capital provisional de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Cisjordania, el joven Laith, de 16 años, y sus padres, ya hace algunos minutos que se preparan para salir de casa. A diferencia de la mayoría de niños de su edad, que aún aprovechan los últimos momentos de sueño antes de ir a la escuela, Laith deja atrás su aislada habitación con un pañuelo que le cubre media cara. Comienza así un largo recorrido que le llevará hasta el hospital de Rambam, en la ciudad israelí de Haifa, donde debe someterse a revisiones médicas como mínimo dos veces por semana.
En noviembre de 2015 a Laith le diagnosticaron una enfermedad renal que se fue deteriorando hasta entrar en un estado de insuficiencia que solo le deja una salida, el trasplante de riñón. Sin embargo, lo que inicialmente podría parecer un mero trámite se convirtió rápidamente en un enorme dolor de cabeza dentro de la bloqueada Palestina, donde la ley solo permite las donaciones de órganos por parte de familiares de primer grado sanguíneo. En este caso eran todos incompatibles. Después de contemplar incluso la posibilidad de comprar un riñón en el mercado negro de Egipto o la India, Osama, el padre de Laith, descubrió en internet que en Israel existía un programa de intercambio de riñones entre familias mutuamente compatibles. Pero dadas las tensas relaciones entre la Autoridad Palestina e Israel, acceder a él requiere de lo que muchos pacientes no disponen: tiempo.
Según datos de la OMS, en 2016 una de cada cinco peticiones para poder salir de Cisjordania no recibió respuesta a tiempo para poder acudir a la visita médica o fue rechazada. Hasta mediados de 2017, el 53% de las procedentes de Gaza han sido denegadas o retardadas
La familia de Laith primero tuvo que visitar un médico en Ramallah, después enviar una carta al Ministerio de Salud de Palestina para explicarles el proyecto, esperar a recibir el visto bueno de un comité que certificase que su caso no podía ser tratado en Palestina, pedir la aprobación del ejército de Israel. Y luego seis meses más de agonía hasta recibir la anhelada llamada del hospital de Rambam. La madre de una familia palestina de la ciudad israelí de Acre podía donar su riñón a Laith. A cambio su hijo podía recibir el riñón del hermano mayor de Laith. El círculo quedaba cerrado. Pero el proceso médico en Israel, donde la entrada para la mayoría de palestinos es sistemáticamente denegada, solo acababa de empezar.
Los obstáculos que pone Israel a los pacientes que tienen que salir de los territorios ocupados para recibir tratamiento provocan que no todo el mundo tenga la misma fortuna que Laith. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2016 una de cada cinco peticiones no recibió respuesta a tiempo para poder acudir a la visita médica o fue directamente rechazada. Esta tendencia se agrava aún más si se tienen en cuenta los datos de la Franja de Gaza, bajo control del grupo islamista Hamas –enfrentado hasta ahora con la Autoridad Palestina que controla Cisjordania--, ya que hasta mediados de 2017, el 53% de todas sus solicitudes han sido denegadas o retardadas.
Además, centenares de pacientes provenientes de Gaza se ven obligados a pasar por la sala de interrogatorios antes de poder solicitar un permiso para salir de la franja. Esta política arroja sobre determinados pacientes una sombra de duda, las autoridades gazatíes creen que Israel podría aprovecharse de su desesperación para pedirles que, a cambio de autorizarles la entrada al país, colaboren con el Shabak, los servicios de seguridad interior israelíes.
06h30. Empieza la ruta
Para Laith, la primera parada del ya rutinario trayecto, y también la peor, es la que le toca vivir en el checkpoint de Qalandia, a escasos diez minutos en coche de su casa. “Los soldados no tienen en consideración que es un paciente”, se queja Osama, “y le tratan como a un potencial terrorista más” cada vez que tiene que cruzar. “La inmunidad de pacientes como Laith tiende a ser muy baja, de tal manera que cruzar rodeado de todos los trabajadores [que también se desplazan al otro lado del muro] es muy peligroso”, reniega, antes de explicar el caso de una madre que cada día debe cargar con su hijo de 16 años enfermo del hígado para poder cruzar el checkpoint de la ciudad septentrional de Yenín. “Si hubiese un cierto nivel de humanidad abrirían alguna puerta especial para los enfermos”, sentencia.
Laith y Susan, en la puerta del hospital de Rambam (Haifa). /M.E.
Laith y Susan, en la puerta del hospital de Rambam (Haifa). /M.E.
Cuando consiguen pasar al otro lado del muro, las tranquilas caras de Laith y Osama, que incluso se para a fumar un cigarro, contrastan con las de los trabajadores que, con prisas, siguen su arduo trayecto hacia el trabajo. Padre e hijo esperan a Susan, una activista judía nacida en Estados Unidos y que hace un año y medio decidió enrolarse en Road To Recovery, una organización de la sociedad civil israelí, nacida en 2010, que acompaña gratis en coche a pacientes palestinos desde los checkpoints militares de Cisjordania y Gaza hasta los hospitales israelíes donde reciben el tratamiento médico.
“En Israel hay una gran diferencia entre la gente ordinaria y la imagen que tenemos de los militares”, se sincera Osama, que prefiere no hablar del ejército por miedo a que le retiren los permisos para entrar en el Estado hebreo. Con Susan, en cambio, es completamente diferente, y agradece toda la ayuda que les brindan desde la organización. “Lo que hacen desde Road to Recovery es fantástico”.
Esta es precisamente la idea que vertebra el proyecto. “La ayuda humanitaria crea un terreno común y un espacio seguro que permite una interacción decidida entre israelíes y palestinos, facilitando el diálogo, la empatía y la confianza entre ellos”, reflexiona Hela Yaniv, miembro de la organización. “Las encuestas muestran continuamente que la mayoría de israelíes y palestinos perciben al otro como una amenaza para su propia existencia”, añade Hela, antes de lamentar que estas ideas están sesgadas y se deben al hecho de que “la mayoría de israelíes no se encuentra ni interactúa nunca con los palestinos, y viceversa”.
Los enfermos palestinos que reciben tratamiento médico en Israel y algunos de sus familiares reciben un permiso especial para poder cruzar el checkpoint de Qalandia. /M.E.
Los enfermos palestinos que reciben tratamiento médico en Israel y algunos de sus familiares reciben un permiso especial para poder cruzar el checkpoint de Qalandia. /M.E.
Solo en 2016, los más de 1.100 voluntarios de Road to Recovery recorrieron 850.000 kilómetros, en casi 6.500 viajes, para acompañar a 13.000 pacientes, la mayoría de ellos niños, a diferentes hospitales de Israel. Según explica Hela, lo que propulsó la organización, que nació como un favor personal de su fundador, Yuval Roth, a un amigo palestino de Gaza, fue una donación de 10.000 dólares del cantautor y poeta canadiense Leonard Cohen, que conoció la actividad de Roth mientras viajaba por Israel. Desde entonces, el camino que han recorrido juntos judíos y palestinos supera las 50.000 horas. Unos seis años ininterrumpidos de carreteras cotidianas.
Las limitadas capacidades de que disponen los hospitales de la Autoridad Palestina, la paupérrima situación en que se encuentra inmersa la Franja de Gaza, y los vacíos legales que afectan algunos tratamientos médicos debido a la paralización del Parlamento palestino, inoperativo por disputas internas desde 2006, provocan que los casos médicos más difíciles se tengan que derivar a hospitales de fuera, un proceso que cuesta millones de euros a las arcas palestinas. Solo en el caso de Laith, todo el tratamiento sube a casi 50.000 euros, una suma que asume íntegramente el Ministerio de Salud a pesar de los limitados recursos financieros de que dispone. “En el hospital de Rambam te encuentras a muchos palestinos y todas sus cirugías las paga la Autoridad Palestina”, agradece Osama, que asegura que “en Israel funcionan mucho mejor porque tienen los recursos financieros, el equipamiento… y no están ocupados”. Al final, asume, Israel no les está haciendo ningún favor, sino que “es un proveedor de servicios médicos” como los pueden ser España, los Estados Unidos o Jordania. “Es un negocio”.
El problema, sin embargo, es que ni la Autoridad Palestina ni Israel cubren el transporte hasta los hospitales, de manera que el coste de estos desplazamientos recae sobre los hombros de unas familias palestinas que generalmente no pueden asumir la carga. “Si tuviésemos que ir en taxi desde Ramallah hasta Haifa [unos 150 kilómetros] nos costaría unos 1.000 shéquels (250 euros)”, calcula Osama, que antes de conocer Road to Recovery utilizaba su coche particular para ir hasta la ciudad de Yenín, en el norte de Cisjordania, cruzar a pie el checkpoint de al-Jalamah y atravesar en taxi los 50 kilómetros que le separan de Haifa. Toda la ruta subía a más de 150 euros. Ahora, en cambio, solo deben pagar los viajes en territorio palestino, más económicos.
Tras poco menos de un cuarto de hora de espera, llega Susan, que se ha levantado a las 5:30 para llegar puntual a su cita con Osama y Laith. En su caso, decidió sumarse a Road to Recovery después de que su hijo superase una difícil enfermedad en el mismo hospital donde Laith está recibiendo tratamiento. “Cuando mi hijo se recuperó empecé a mirar a mi alrededor”, explica Susan mientras conduce, “[y me di cuenta de que] hay niños tan enfermos que la vida de toda la familia acaba girando alrededor de la enfermedad del pequeño”, de manera que si “pueden ahorrarse la inquietud de pensar en el tema del transporte” ya se ahorran un dolor de cabeza. Osama no podría estar más de acuerdo.
Durante el trayecto, que dura dos horas, hay tiempo para hablar de todo. Desde la situación en Gaza y Cisjordania hasta la boda del hijo de Susan, que se casa el año que viene. Desde los refugiados palestinos en Líbano y Jordania hasta el viaje a Francia que Laith no pudo hacer por culpa de la enfermedad. Bromean, ríen y provocan al más joven que, tímido, ve la carretera marcharse desde los asientos traseros del coche, como si nada de lo que estuviera pasando fuese con él. Cuando paran un momento en una gasolinera para que Laith vaya al baño, Susan aprovecha para sacar de la guantera un pequeño regalo para la hija pequeña de Osama, fan de Disney. Son muchos y difíciles los kilómetros que han pasado juntos en la carretera, y ahora ya son como amigos.
El trayecto entre Qalandia y Haifa dura dos horas. Susan y Osama aprovechan para hablar de política, de sus hijos o para practicar el idioma del otro. /M.E
El trayecto entre Qalandia y Haifa dura dos horas. Susan y Osama aprovechan para hablar de política, de sus hijos o para practicar el idioma del otro. /M.E
Para Osama, y tantos otros pacientes palestinos de Cisjordania o la Franja de Gaza, hacer el trayecto hasta los hospitales de la mano de una persona israelí de confianza como Susan es también una garantía, ya que teme que en el transporte público les podría pasar algo.
Pasados quince minutos de las nueve de la mañana, el grupo llega al hospital de Haifa, donde los contrastes entre la gente ordinaria y los agentes de seguridad vuelven a florecer. “Entiendo que la seguridad en la entrada del hospital nos inspeccionase la primera y la segunda vez que vinimos”, vuelve a quejarse Osama, “pero nos hacen los mismo cada vez”. Esto es, cruzar unos detectores de metal, enseñar sus bolsas y retirarles los documentos de identidad hasta que abandonan el complejo. “La seguridad es la cara oscura de la historia”, suspira Osama después de despedirse de Susan, que se va a trabajar.
Una vez son dentro del hospital, Laith tiene que correr hacia la sala donde le sacarán sangre. Tiene que hacerlo antes de las nueve y ya va tarde. A pesar de la ayuda que reciben de Road to Recovery, un trayecto de 150 kilómetros puede convertirse en una eternidad para los palestinos que viven al otro lado del muro. En su caso, cruzar esta distancia supone unas tres horas cuando tienen suerte y pueden ir directamente desde el checkpoint de Qalandia hasta Haifa. Hay días en los que primero tienen que ir a Tel Aviv y, desde allí, subir al hospital de Rambam en el coche de un segundo miembro de la organización.
La odisea de padre e hijo no acaba a las 10:30, cuando Laith ya ha pasado la revisión ordinaria. Entonces deben esperar entre dos y cuatro horas hasta que se llene un coche de Road to Recovery que, generalmente, les trasladará hasta Yenín, en un trayecto de una hora. Desde allí, aún deberán cruzar el checkpoint de al-Jalamah y recorrer, en dos horas, los poco más de 60 kilómetros que les separan de Ramallah. Ponen, ahora sí, punto y final a un día de visita ordinaria en un territorio donde el muro y los controles israelíes hacen que se tarden nueve horas en recorrer 300 kilómetros.

Autor

  • Marc Español

CTXT. Orgullosos de llegar tarde a las últimas noticias.


ATIENDEN A MÁS DE MEDIO MILLÓN DE PACIENTES EN MADRID

Huelga indefinida en la sanidad privada madrileña

Este conflicto afecta tanto a los centros estrictamente privados como a los centros concertados con la red pública y a los centros adscritos a la red pública de hospitales de la Comunidad de Madrid con gestión privada.

Ante la postura inmovilista de la patronal, que pretende aumentar la precariedad de las plantillas
Tras casi dos años de infructuosas negociaciones, los tres sindicatos participantes en la mesa de negociación del convenio colectivo de Establecimientos Sanitarios (CCOO, UGT y FSES-SATSE) se ven abocados a convocar a los trabajadores a una huelga indefinida en el sector de la Sanidad Privada de Madrid, que tendría lugar a partir del próximo mes de noviembre.
Este conflicto afecta tanto a los centros estrictamente privados (grupos Quirónsalud, Sanitas, Adeslas, Vithas…) como a los centros concertados con la red pública (Beata María Ana, Fundación Instituto San José, Benito Menni, San Francisco de Asís…) y a los centros adscritos a la red pública de hospitales de la Comunidad de Madrid con gestión privada (Hospital Infanta Elena de Valdemoro, Hospital General de Villalba, Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles, Hospital de Torrejón), que atienden a más de medio millón de pacientes de la sanidad pública de la Comunidad de Madrid (según datos oficiales de la memoria anual del SERMAS de 2016).
La postura de la patronal no ha variado en todo el proceso, dando "largas" a las peticiones que desde la parte social se han planteado, siendo únicamente la representación de los trabajadores la que ha ido disminuyendo y retirando propuestas de su plataforma.
Los trabajadores de la sanidad privada de Madrid llevan más de seis años en una situación precaria, con el salario congelado con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo estimado en un 5%, además de sufrir una presión asistencial muy elevada debido a la ausencia de ratios mínimos y unos horarios y rotaciones en los mismos que hacen imposible la conciliación familiar y laboral.
En el sector se han producido despidos, la no renovación de muchos trabajadores temporales, modificaciones sustanciales de las condiciones de los trabajadores, etc., aumentando la precariedad no sólo laboral sino en sus condiciones de trabajo.
La última propuesta de la patronal consiste en:
• 2016: no subida salarial.
• 2017-2020: Subida salarial global del 6,5% repartida durante el período de vigencia.
• Complemento de festivo, sin determinar cuantía, para los días 1 de enero y 25 de diciembre.
Mantienen la posibilidad de absorción y compensación de las mejoras pactadas. La subida propuesta significa que para el año 2017 ponderando la cifra global el aumento en el salario medio es de 15 euros al mes.
Esta propuesta es "totalmente insuficiente para compensar tantos años de pérdida salarial y ante la indiferencia de la patronal ante las diferentes concentraciones realizadas por los trabajadores" (CEOE, Ruber Juan Bravo, Ruber internacional, Beata María Ana, Hospital rey Juan Carlos…), los delegados de la sanidad privada reunidos en asamblea han decidido convocar esta huelga indefinida.

Dra. Irina Kovalskys - Introducción al Módulo 6