miércoles, 28 de febrero de 2018


Confirman que el cerebelo participa en tareas cognitivas y afectivas

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El cerebelo controla movimientos que realizamos de forma mecánica, como escribir al ordenador o conducir. Aunque hasta ahora había indicios de que también está implicado en otras tareas relacionadas con la cognición y el afecto, no se había estudiado esta cuestión en profundidad. Ahora, gracias a un modelo de ratón, un estudio liderado por la Universidad de Salamanca lo confirma y explica qué ocurre cuando algo falla.
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<p>La investigación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León demuestra que el citoesqueleto de las células de Purkinje (en la imagen) es clave para que el cerebelo pierda sus funciones. / INCYL</p>
La investigación del Instituto de Neurociencias de Castilla y León demuestra que el citoesqueleto de las células de Purkinje (en la imagen) es clave para que el cerebelo pierda sus funciones. / INCYL
Investigadores del Instituto de Neurociencias de Castilla y León (INCYL) de la Universidad de Salamanca han publicado un artículo en la revista Scientific Reports que confirma que el cerebelo está implicado no solo en el control de ciertos movimientos musculares, sino también en tareas cognitivas y afectivas. Los científicos han demostrado que el deterioro de estas funciones ocurre de forma progresiva cuando se daña el citoesqueleto de un tipo de neuronas llamadas células de Purkinje.
“El cerebelo es una parte del sistema nervioso central que maneja los movimientos, en particular aquellos que aprendemos y realizamos de forma mecánica, sin pensar, como llevar una bandeja, conducir un coche, escribir a máquina o tejer”, explica Eduardo Weruaga, coautor del estudio.
Su grupo de investigación trabaja con un modelo de ratón que presenta una neurodegeneración que afecta solo a un tipo de neuronas llamadas células de Purkinje. Cuando se produce la muerte de estas neuronas, uno de los resultados es que el cerebelo pierde sus funciones. Ahora, al realizar un estudio progresivo de este deterioro, los investigadores han podido comprobar sus consecuencias con más detalle.
En concreto, este modelo de ratón tiene un gen dañado, lo que provoca la ausencia de una enzima denominada CCP1. Esta pérdida afecta a los microtúbulos, un elemento del citoesqueleto de las células. “El citoesqueleto es dinámico, pero al faltar esta enzima se vuelve menos estable y esto no le conviene a las células de Purkinje”, comenta el investigador.
La destrucción de este tipo de neuronas provoca una ataxia cerebelosa, una pérdida de coordinación de los movimientos musculares que impediría, por ejemplo, que un camarero realice bien la tarea de llevar la bandeja, puesto que el cerebelo no cumple su función de coordinar perfectamente los músculos del brazo.
Desde hace algunos años se vienen estudiando otros problemas derivados del mal funcionamiento del cerebelo más difíciles de detectar a simple vista. Según estas investigaciones, también se encarga de controlar funciones cognitivas y afectivas. Una de ellas es el reconocimiento de las caras, saber si otra persona está triste o alegre. A menudo las personas que sufren algún trastorno del espectro autista no reconocen estos signos relacionados con la afectividad, de manera que adolecen de empatía y no le encuentran el doble sentido a ciertas situaciones y expresiones.
Los científicos creen que este trabajo puede tener también otras implicaciones, por ejemplo, para el estudio de la madurez cerebral
Sin embargo, esta relación entre el cerebelo y las funciones cognitivas y afectivas solo se ha podido investigar parcialmente y de forma muy puntual. Una de las grandes aportaciones de este trabajo es, precisamente, haber dedicado mucho tiempo a su estudio en ratones. Medir este tipo de cuestiones en los roedores es muy complejo, pero los investigadores tienen sus trucos para hacerlo de forma fiable.
Ingeniosos experimentos
“Cuando se les presenta un objeto nuevo, pasan más tiempo con él porque son curiosos, mientras que si se trata de un objeto que ya conocen le prestan menos atención”, señala Weruaga. “En este caso, los ratones con daños en el cerebelo no son capaces de reconocer los objetos que ya han visto anteriormente, para ellos es como si fueran nuevos, así que les dedican mucho tiempo”, afirma. Para estudiar la vertiente más social de este comportamiento también se les presenta una figura inanimada frente a otro ratón –animado– pero invisible para ellos por estar encerrado en una pequeña jaula. De esta manera, los científicos consiguieron medir si la cognición y la afectividad están dañadas.
De esta manera, han conseguido confirmar que el cerebelo participa en la cognición y la afectividad y cómo estas funciones se ven afectadas de forma paulatina cuando las células de Purkinje se deterioran. Más específicamente, el artículo señala que el citoesqueleto de estas neuronas es una pieza clave para que todo esto suceda: si los microtúbulos que lo forman no son flexibles y dinámicos las células de Purkinje acaban desmoronándose y desencadenan de forma paulatina los problemas de movimientos, cognitivos y afectivos.
Buena parte de esta investigación, cuyo primer firmante es Rodrigo Muñoz Castañeda, que ya no se encuentra en el laboratorio de Weruaga, se ha desarrollado estudiando indirectamente lo que sucede en el caso de otras células del tejido conjuntivo llamadas fibroblastos. Además, los investigadores de Salamanca han contado con la colaboración de investigadores de Grenoble (Francia).
Los científicos creen que este trabajo puede tener también otras implicaciones, por ejemplo, para el estudio de la madurez cerebral. Esto se debe a que han comprobado que las células de Purkinje en su modelo de ratón comienzan a morir cuando el animal ya tiene unos 20 días. En ese momento, que podría ser equivalente a la pubertad humana, es cuando se requieren más sinapsis, pero estas neuronas no son capaces de responder a este “estrés biológico” por la inestabilidad y rigidez de su citoesqueleto y es entonces cuando se desencadena su destrucción.

TONTIASTUTUS CORRUPTATIS

Este texto es un extracto del artículo publicado en Evolution Science por la profesora María Jesús Piñol, directora del Laboratorio de Biología Evolutiva de la Universidad de Nueva York.
El presente estudio se centra en el sujeto M. Rajoy por constituir un excepcional ejemplo de adaptación evolutiva. Hasta el momento, se consideraba al Sphenodon, un reptil de Nueva Zelanda, el animal que más rápido evoluciona del mundo. Este lagarto, sin embargo, ha sido ampliamente superado por el presidente del Gobierno español.
Resulta sorprendente la capacidad del sujeto M. Rajoy para modificar sus patrones de conducta en función de circunstancias exógenas. Aunque desde un punto morfológico no se aprecia cambio alguno en el individuo (si acaso, un envejecimiento coherente con el de un gallego estándar), la evolución interna es más pronunciada que la de ningún otro organismo pluricelular.
El sujeto M. Rajoy emplea una sofisticada herramienta evolutiva que le permite resistir cualquier amenaza ambiental. Se trata de un mecanismo idéntico al empleado por el oniscidea, crustáceo terrestre más conocido como bicho bola. Ante una alteración imprevista del entorno, el M. Rajoy procede a un enrollamiento defensivo sobre su propio tórax tras el cual permanece quieto y silente durante un periodo indeterminado. Esto hace que un potencial depredador pueda confundir al M. Rajoy con una piedra o un objeto decorativo cualquiera, sin sospechar siquiera que se trata de un jefe de Estado europeo.
El espécimen M. Rajoy dispone también de una estrategia evasiva que inevitablemente nos recuerda a la del calamar común. Si este molusco dispara un chorro de tinta cegador contra sus agresores, el presidente arroja un chorro verborreico de escasa coherencia sintáctica capaz de confundir a sus enemigos el tiempo suficiente para garantizar su huida. Obsérvese que esta sofisticada técnica se ha ido refinando con el paso de los años hasta el punto de que hoy prácticamente ninguna frase del M. Rajoy posee ya sentido alguno.
Es asimismo llamativa la manera en que este fascinante individuo afronta la aparición de especies invasoras, tales como el A. Rivera. Mientras que la mayor parte de animales sucumben ante este tipo de fenómenos, extinguiéndose o cediendo terreno (véase el caso del P. Sánchez), el sujeto M. Rajoy planta cara y resiste con inusitado brío.
Se concluye, por tanto, que el M. Rajoy es el fenómeno biológico más fascinante desde el dodo. Solo que el dodo no lleva seis años gobernándonos.


Las principales enfermedades mentales tienen una sorprendente base común

Depresión, esquizofrenia, autismo y trastorno bipolar son más similares de lo que sus síntomas indican

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En el cerebro de adolescentes con esquizofrenia (centro) se observa una mayor pérdida de masa gris que en el cerebro normal (izquierda). A la derecha, diferencia entre ambos./LONI, UCLA. El código de color indica mayor a menor pérdida de arriba abajo.


La base física de las enfermedades mentales es uno de los grandes avances del conocimiento en los últimos 100 años, pero el diagnóstico sigue basándose en los síntomas y en el comportamiento porque no se pueden detectar en un análisis de sangre, por ejemplo. Esto empieza a cambiar ahora que se ha encontrado que las principales enfermedades mentales comparten unos patrones de actividad genética parcialmente coincidentes.
El análisis de centenares de cerebros de pacientes mentales fallecidos ha revelado este solapamiento en la depresión, el autismo, la esquizofrenia y el trastorno bipolar, pero no en el alcoholismo. Las posibilidades que abre este trabajo para un diagnóstico preciso y unos mejores tratamientos son esperanzadoras, según los miembros del equipo internacional que publica sus resultados en la revista Science.
Que determinadas variaciones en el ADN de un individuo predisponen a ciertas enfermedades mentales es algo que se lleva años comprobando, pero se desconoce cómo lo hacen y cómo afectan los factores ambientales.
Sobre la base de 700 casos, se encontró una coincidencia significativa en la forma de expresión de muchos genes en la corteza cerebral de pacientes con autismo, esquizofrenia y trastorno bipolar. Por otra parte, existe otro solapamiento de expresión genética anormal entre la esquizofrenia, el trastorno bipolar y la depresión. Curiosamente, el trastorno bipolar coincide más con la esquizofrenia que con la depresión, al contrario de lo que suponían los expertos. La llamativa excepción a estas coincidencias es el alcoholismo, que no está relacionado con la depresión como factor de riesgo genético, como se suponía, ni con las otras tres principales enfermedades mentales.
Pero además de estas coincidencias o no coincidencias, algunos de estos trastornos, como la depresión y el autismo, presentan su firma genética propia. Muchos genes están hiperactivos tanto en la esquizofrenia como en el autismo, pero mucho más en el autismo, mientras que autismo, esquizofrenia y trastorno bipolar comparten además cambios importantes en la comunicación entre neuronas.
“Estos descubrimientos proporcionan una firma molecular, patológica, de estos trastornos, lo que supone un gran paso adelante”, explica Daniel Geschwind de la Universidad de California en los Ángeles, que ha dirigido el trabajo. “Mostramos que estos cambios moleculares en el cerebro están conectados a las causas genéticas subyacentes, pero no comprendemos todavía los mecanismos mediante los que estos factores genéticos producen esos cambios”, reconoce.
La esquizofrenia, concretamente, podría ser un efecto secundario de la evolución del complejo cerebro humano, aventuran unos especialistas, que han estudiado también diferencias en la actividad genética en la zona frontal del cerebro de pacientes de esta enfermedad respecto a sujetos sanos. “Esta es el área del cerebro que se desarrolló la última y la que más nos diferencia de otros primates no humanos”, dice Brian Dean, de la Universidad Swimburne, en Australia. “Se piensa que la esquizofrenia se da cuando factores ambientales disparan cambios en la expresión genética en el cerebro humano de personas con susceptibilidad genética a la enfermedad”.
El trabajo se publica en Schizophrenia y detalla 566 casos de expresión genética anormal en la zona frontal y cambios mucho menos numerosos en regiones próximas. “Se sabe que estas áreas del cerebro están implicadas en los rasgos característicos de la enfermedad”, añade Dean. Un hallazgo especialmente interesante es una ruta metabólica en la que figuran 97 de estos genes, un nuevo objetivo para intervenir con futuros tratamientos farmacológicos mejores y más eficaces.

martes, 27 de febrero de 2018

CHI LO SA?

Cuando una misteriosa enfermedad se propagó por la embajada de Estados Unidos en Cuba a finales de 2016, los efectos diplomáticos no tardaron en llegar.
Estados Unidos recortó el número de personas en su misión en la Habana y expulsó a 15 diplomáticos cubanos después de que al menos 24 personas entre personal estadounidense y sus familias presentasen una mezcla de dolores de cabeza, mareos y problemas de vista, oído, sueño y concentración.
Muchos de los diplomáticos afectados afirmaron que los síntomas aparecieron tras escuchar ruidos extraños en sus hogares o habitaciones de hotel. Algunos informaron de que los sonidos –que adoptaban varias formas, desde chirridos hasta ruidos similares a los de las chicharras y el golpeteo causado por una ventana abierta en un vehículo– parecían ir dirigidos contra ellos y que los síntomas desaparecían cuando se cambiaban de habitación.
Ahora, la disputa sobre la causa del episodio ha llegado al mundo de la medicina, donde algunos doctores y científicos están furiosos por lo que creen que es una situación manipulada con fines políticos.
Un estudio publicado la semana pasada por doctores estadounidenses que examinaron a 21 de los diplomáticos afectados ha sido criticado por partir de la base de que los diplomáticos habían estado expuestos a una “fuente de energía” desconocida. Los escépticos insisten en que esto sigue siendo, en el mejor de los casos, una conjetura lejos de estar demostrada.
Inmediatamente después de los incidentes, fuentes anónimas del Gobierno de EEUU afirmaron que los diplomáticos habían sido víctimas de “ataques acústicos” desde un dispositivo que funciona fuera del rango de sonido perceptible para los humanos. Otras informaciones anónimas sostenían que los científicos habían descubierto  anomalías en partes de la materia blanca del cerebro de los diplomáticos.
Mientras las fuentes gubernamentales norteamericanas han empezado a echarse atrás  en sus acusaciones de ataque acústico –una posibilidad sobre la que una investigación del FBI no ha encontrado pruebas–, sigue investigándose el uso de otro tipo de arma energética que emite sonidos.
El Gobierno de EEUU pidió a doctores de la Universidad de Pensilvania llevar a cabo pruebas sobre 21 de estos diplomáticos. Los resultados, publicados en elJournal of the American Medical Association (Jama), no descubrieron anomalías en la materia blanca del cerebro, aunque se están llevando a cabo exámenes más avanzados. “Era similar a lo que se puede ver en los grupos de control de la misma edad”, explica Douglas Smith, director del Centre for Brain Injury Repair (Centro para la Reparación de Heridas Cerebrales), que dirigió el estudio médico.
Pero el informe describe un nuevo síndrome en los diplomáticos similar a una conmoción cerebral persistente. Mientras que algunos de los afectados se recuperan rápidamente, a otros los síntomas les han durado meses. El estudio concluye que los diplomáticos parecen tener “lesiones prolongadas en redes cerebrales generalizadas”.
Robert Bartholomew, experto en la enfermedad psicogénica masiva (MPI, por sus siglas en inglés) y profesor en el instituto de Botany Downs en Auckland, señala que el estudio le dejó “sorprendido” y sostiene que tiene el aspecto de ser propaganda del Gobierno de EEUU.
En el artículo, los doctores manifiestan que su objetivo es describir las “manifestaciones neurológicas tras la exposición a una fuente de energía desconocida”, pero Bartholomew señala que no existen pruebas de que ningún tipo de fuente de energía afectase a los diplomáticos ni de que ni siquiera tuviese lugar un ataque. “Es como si los autores nos intentasen hacer creer que ha ocurrido un ataque”, declara a The Guardian.

"Hace falta mucha imaginación"

Mitchell Valdés-Sosa, director del Centro Cubano de Neurociencia, participó en la investigación cubana de los incidentes y sostiene que se han descartado demasiado pronto otras explicaciones. “Cuando ves las pruebas y lo que se presenta, la idea del daño generalizado a las redes cerebrales no se sostiene”.
Valdés-Sosa cree que un reducido número de diplomáticos tenía problemas médicos reales, cuyas causas se desconocen, y que despertaron temores sobre posibles ataques al vincularse con ruidos inusuales. Mientras la preocupación se extendió por la comunidad diplomática, otros experimentaron síntomas similares, desarrollando así MPI.
“No hay pruebas de ningún tipo de ataque”, explica el director del Centro Cubano de Neurociencia. “Haría falta mucha imaginación para explicar las conclusiones con este tipo de, digamos, tecnología novedosa. Antes hay que explorar otras explicaciones”, añade.
Un editorial publicado junto con el estudio de Jama también pide cautela y que se evalúen más pruebas antes de que la gente llegue a conclusiones definitivas. Pero Valdés-Sosa señala que  el estudio aparece en la página web del Departamento de Estado –que además pide a la gente que reconsidere viajar a Cuba teniendo en cuenta los “ataques a la salud”–, no ocurre lo mismo con el editorial, que plantea una larga lista de advertencias.
“Esto ha sido politizado”, afirma Valdés-Sosa. “Creo que la gente está utilizando esto para presionar a favor de un retroceso en las relaciones que habían empezado a florecer durante la presidencia de Obama”, añade.
Obama ensayó un deshielo en las relaciones con Cuba durante sus últimos años en la Casa Blanca, pero Donald Trump ha anulado el proceso de distensión.
Smith reconoce que la causa de la enfermedad de los diplomáticos sigue siendo desconocida: “La idea de que sea una fuente de energía es nuestra mejor suposición, porque no somos capaces de pensar otra cosa, pero en ningún caso está demostrado. Si fue un ataque o no, no es realmente de nuestra incumbencia”.
El mes pasado, Todd Brown, director asistente de seguridad diplomática en el Departamento de Estado, afirmó que los investigadores estadounidenses estaban ahora considerando si la gente había sido expuesta a propósito a un virus. Smith cree que esto es poco probable: “Esto parece un fenómeno direccional y no conozco muchos virus, venenos o bacterias que vengan y se vayan a medida que te mueves de un lugar a otro”.
Smith también cree que el MPI es una explicación poco probable para la misteriosa enfermedad porque todos los diplomáticos estaban muy motivados para volver al trabajo y algunos de ellos tenían síntomas que les duraron meses.
Pero Bartholomew argumenta que el MPI no tiene nada que ver con hacerse el enfermo y que puede durar mucho. “El segundo tipo más común de MPI empieza lentamente y dura meses y años y a menudo está caracterizado por síntomas neurológicos”, señala. “El sospechoso número uno en este asunto es la enfermedad psicogénica masiva”, añade.
En respuesta a las afirmaciones que sostienen que el asunto ha sido politizado, Smith afirma: “Nadie en nuestro equipo trabaja para el Gobierno ni tiene ningún conflicto con respecto al Gobierno. De hecho, creo que al principio la mayor parte del equipo era escéptica y que no esperaba encontrar demasiado y, aun así, uno tras otro llegaron de forma independiente a la idea de que había algo, que esto parece ser un nuevo síndrome”.
“No tenemos nada que esconder”, explica Smith. “Queremos mantener intacta la privacidad de estas personas, pero estaríamos abiertos a discutir nuestras conclusiones. No estamos alineados con el Gobierno”.

SI NO VACUNAS ERES UN ASESINO SERIAL QUE PUEDES MATAR OTRAS PERSONAS

ANÁLISIS: responsabilidad y salud pública

El rechazo a las vacunas no tiene nada de sano (ni de ecológico)


La semana pasada, en A Coruña, se anunciaron varias charlas impartidas por activistas del movimiento antivacunas en una feria de productos ecológicos y consumo responsable. El debate público hizo reaccionar al Ayuntamiento, que consiguió que la organización cancelase las conferencias. ¿Deberían considerarse estas actividades como un delito contra la salud pública?

<p>Las vacunas protegen hoy al 86% de la población mundial y, según los datos de la OMS, evitan la muerte de dos millones de personas al año. / Pixabay</p>
Las vacunas protegen hoy al 86% de la población mundial y, según los datos de la OMS, evitan la muerte de dos millones de personas al año. / Pixabay
Poco antes de publicar Charlie y la fábrica de chocolate Roald Dahl perdió a su hija Olivia, de siete años, víctima del sarampión. La muerte de la pequeña marcó la vida de la familia del escritor, pero fue una tragedia inevitable, porque en 1962 todavía no existía una vacuna eficaz contra esta enfermedad. 24 años más tarde, cuando esa vacuna ya existía, Dahl publicó un texto en el que rogaba a sus conciudadanos que vacunaran a sus hijos.
(…) Aquí, en Gran Bretaña, debido a que tantos padres rechazan, por obstinación, ignorancia o miedo, que sus hijos sean inmunizados, todavía tenemos cien mil casos de sarampión cada año. De ellos más de 10.000 tendrán consecuencias de uno u otro tipo. Unos veinte niños morirán.
En 2017 los casos de sarampión en Europa se multiplicaron por cuatro y causaron 35 muertes
Las vacunas protegen hoy al 86% de la población mundial y, según los datos de la OMS, evitan la muerte de dos millones de personas al año, especialmente niños y niñas. Gracias a las vacunas hemos logrado erradicar una enfermedad tan terrible como la viruela, y muchas otras han desaparecido de nuestras vidas.
Pero la súplica de Roald Dahl sigue vigente porque el rechazo a las vacunas no ha dejado de crecer, especialmente en los países más ricos. Solo en Europa los casos de sarampión se multiplicaron por cuatro en 2017, causando 35 muertes. La difteria y la tos ferina vuelven a causar víctimas y si esta tendencia no se revierte, volveremos a ver en nuestros colegios los estragos de la polio.
Resulta difícil imaginar el dolor de una persona que pierde un hijo por negarle la protección que proporcionan las vacunas. Pero más allá de los sentimientos de compasión y de rabia, conviene reflexionar sobre los motivos de su obstinación, su ignorancia y su miedo. En particular, debemos analizar el papel que están jugando los activistas del movimiento antivacunas, cada vez más organizado.
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El escritor británico Roald Dahl perdió en 1962 a su hija Olivia cuando esta tenía solo siete años, víctima del sarampión, para el que no había vacuna.

El poder del debate social

¿Qué mecanismos tiene la sociedad para defenderse del peligro que suponen? ¿Podemos exigirles alguna responsabilidad por las consecuencias de sus actos? ¿Qué relación hay entre el rechazo creciente a las vacunas y la proliferación de terapias que nunca han demostrado su efectividad y que en ocasiones se dispensan al amparo de los propios colegios oficiales de médicos y farmacéuticos?
En A Coruña hemos vivido estos días un par de situaciones que ejemplifican los términos en los que se está produciendo este debate. Por una parte, un hotel de la ciudad decidió atender a las protestas de muchos ciudadanos y canceló una conferencia de Josep Pàmies, un empresario agrícola que, entre otras cosas, incita a sustituir los tratamientos de quimioterapia por una combinación de plantas medicinales y lejía.
Lo sucedido en A Coruña muestra que el debate público es una herramienta eficaz para achicar el espacio social a quienes instigan el rechazo a las vacunas
Unos días más tarde el Ayuntamiento anunciaba en rueda de prensa el patrocinio de BioCultura, una feria que suma 75 ediciones entre Sevilla, Valencia, Bilbao, Barcelona y Madrid, donde en noviembre del año pasado ocupó dos pabellones del recinto de IFEMA con más de 800 expositores y 74.500 visitantes.
Poco después de la presentación el Ayuntamiento comenzó a recibir quejas porque, junto a talleres de compostaje, cooperativismo energético o comedores escolares sostenibles, la feria programaba varias charlas impartidas por reconocidos activistas del movimiento antivacunas. Entre ellas, una titulada “Presentación de la nueva teoría infecciosa ecológica”. Al día siguiente la organización de la feria aceptó la demanda municipal de retirar estas charlas, aunque otras sobre los peligros de las redes WIFI, las bondades de la geometría sagrada (sic) o la medicina cuántica (sic) se mantienen en el programa.
Estos casos demuestran que tanto empresas privadas como administraciones públicas son sensibles a las críticas y saben reaccionar ante las protestas en las redes sociales y los medios de comunicación. Se demuestra así que el debate público sigue siendo una herramienta eficaz para achicar el espacio social a quienes instigan el rechazo a las vacunas, y al mismo tiempo ayuda a informar al público de los beneficios de la vacunación.

Peligrosos fraudes mezclados con ecologismo

Ir más allá y pretender que la apología antivacunas se convierta en un delito contra la salud pública parece más efectivo, pero esta opción no está exenta de riesgos. En primer lugar porque consolidaría el discurso victimista y conspiranoico que tan convincente le resulta a una parte de la población. Pero, sobre todo, porque supondría añadir un nuevo límite al derecho a la libertad de expresión.
No en vano, estos días hemos asistido con preocupación a la condena de cárcel para un músico por el contenido de sus canciones, mientras que responsables del IFEMA –que nada parecen objetar a las conferencias antivacunas– forzaban la retirada de una obra de arte de carácter político que se iba a exponer en ARCO.
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En ferias eco confluyen productos elaborados con criterios de responsabilidad medioambiental y pseudoterapias. / Biocultura
Paralelamente, la programación de estos actos en el marco de eventos cuyo objetivo es “promover la agricultura ecológica y la alimentación sana como base para una sociedad más justa y respetuosa con el medioambiente” nos invita a analizar el rechazo a las vacunas en el marco de un contexto más amplio. El interés de amplios sectores de la sociedad por el consumo de productos más “naturales” y menos contaminantes ha dado lugar a un pujante sector económico que goza de reconocimiento oficial y está regulado por normativas específicas.
La ciencia está muy lejos de poseer el monopolio de la razón, pero 
Es precisamente en este necesitamos consensos sociales para traducir sus hallazgos en normas que todos podamos cumplirambiente (ferias “eco”, tiendas de productos “orgánicos”, etc.) donde confluyen sin aparente contradicción alimentos producidos con criterios de responsabilidad medioambiental con pseudoterapias y productos milagrosos que nunca han demostrado su efectividad. Como era de esperar, también encontraremos aquí los mayores índices de rechazo a los cultivos transgénicos, que por más que superen todas las exigencias de seguridad alimentaria, siguen experimentando en Europa una fuerte oposición.
Sería un grave error atribuir la totalidad de este complejo conglomerado de opciones personales a una simple cuestión de ignorancia o de sentimientos anticientíficos, pretendiendo que la ciencia puede resolver todos los problemas y que su autoridad debiera ser suficiente para resolver todos los dilemas y contradicciones que surgen de la aplicación de cualquier tecnología.
La ciencia está muy lejos de poseer el monopolio de la razón, e incluso allí donde las evidencias proporcionadas por el método científico son incuestionables (las vacunas protegen de enfermedades, el tabaco provoca cáncer y este no se cura con lejía) necesitamos de consensos sociales para traducir estos hallazgos en normas que todos podamos cumplir.
marcos
Marcos Pérez Maldonado es director de los Museos Científicos Coruñeses. Es experto en museografía científica y didáctica de las ciencias en entornos no formales; ciencia en educación infantil; producción de proyectos de divulgación, interactivos, exposiciones y programas de planetario.
Zona geográfica: E

lunes, 26 de febrero de 2018

SI LLORAR NO ES DE HOMBRES¿QUIENES LLORAN?


Lamer las heridas

Acerca del llanto de una madre y de la absurda controversia entre disciplinas que pone a la propia tribu por encima del dolor del otro3
Autor: Daniel Flichtentrei 
"Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia", Aljejandra Pizarnik
Cada vez que Lucía baja la cabeza, respira con una lentitud y profundidad diferentes, con un ritmo metafísico cargado de dolor, yo sé lo que va a ocurrir. Le acerco la cajita de pañuelos de papel arrastrándola sobre el escritorio. Ella toma uno, hace un bollito entre los dedos y, solo entonces, como si yo tuviera que autorizarla, llora. Solloza primero con cierto pudor, un llanto contenido que le va creciendo en la garganta como una voz encerrada que lucha por salir.

Lucía tiene 38 años, fue madre soltera a los 22. Crió a su hija sin apoyo del padre y contra la permanente recriminación de su propia familia. Vivió en pensiones, hizo de todo para sobrevivir. Estudió de noche. Ahora es maestra, trabaja en dos turnos. Se levanta a las 5,30 de la mañana, viaja 4 hs por día para ir desde su casa a las escuelas y regresar 12 hs más tarde. La nena se llama Sol y la llevó a cuestas de colegio en colegio hasta que fue creciendo.  

Durante mis primeros años de médico me esforzaba por impedir que la gente llore. Les daba razones, distribuía esperanzas como una ortopedia inútil ante el dolor. Me parecía que tenía que evitarlo, ahora aprendí que debo permitirlo. Que muchas personas no tienen otro lugar en el mundo donde llorar. Que el llanto es un síntoma, pero también un alivio. Que acompañar es mejor que eliminar una emoción tan poderosa. Superé el imperativo verborrágico, la obligación de explicar en lugar de comprender. Soy más viejo, claro. Y yo tampoco sabría donde llorar sin que nadie me moleste con consuelos tontos. Aprendí a callar.

Desde hace dos años Sol se encierra en su cuarto durante todo el día. Falta mucho a clases. Casi no habla, no quiere comer, dejó de verse con sus amigas. Pone la tele sin voz, la mira como si fuese un fuego ardiendo en el medio de la pieza. Cada vez que Lucía le pregunta que le pasa responde: “nada”. A veces es mucho peor, dice “no sé” y lo repite muchas veces: no sé, no sé, no sé…

Ahora Lucía se derrumba sobre la silla, se tapa la cara con las dos manos y llora con todo el cuerpo. Es un movimiento generalizado, una convulsión sincrónica, un terremoto que la sacude por completo. Yo renuevo los pañuelitos, me pongo de pie, rodeo la silla, la abrazo desde atrás. Ella deja caer su cabeza sobre mis brazos. Me moja con un líquido tibio y salado las mangas de la camisa.

Sol empezó a usar ropa abrigada en días de calor, en pleno verano. Lucía la retaba pero ella no le hacía caso. Una noche se acercó a su cama. Le acarició el pelo mientras dormía. Ella dejó caer el brazo hasta rozar la alfombra con su mano abierta. Entonces vio las cicatrices. Unas rayitas rojas, secas, ásperas. Una hilera prolija de líneas dibujadas una a la misma distancia de la otra que trepaban desde la muñeca hacia el codo.

Se relaja, siento sus músculos abandonarse a mi abrazo. Me lo agradece con el cuerpo. Respira distinto, se incorpora apenas. El desasosiego va saliendo de a poco como un viento negro por las ventanas abiertas de sus ojos. Me mira. –Perdón, me dice. Me dice: “perdón”, y yo me siento miserable.

Desde que Sol comenzó con problemas va dos veces por semana a la psicóloga. Lucía dio de baja la TV por cable, ya no compra alimento balanceado para el gato, no va a la depiladora ni a la peluquería para poder pagarlo. Cuando pide una entrevista le responde que no puede verla si su hija no lo autoriza. De vez en cuando la recibe. Conversan acerca de lo que significa ser un hijo no deseado, de las consecuencias en la subjetividad que eso puede tener para un adolescente. Si Lucía hace preguntas, le responde que su paciente es Sol y no ella. Le dijo que la ve peor, que ahora se hace daño. Ella le respondió que el cuerpo de su hija era un territorio privado y que ella no tendría que espiar su intimidad. Que las crisis son procesos de simbolización que hay que atravesar para superar el conflicto. Le recomendó tres consultas semanales durante este período. Le habló de la posibilidad de un acompañante terapéutico. Ahora Lucía también da clases particulares de matemáticas a domicilio algunas noches y los fines de semana.

La acompañé a la camilla, le tomé la presión, la ausculté, controlé sus reflejos. Ninguna de esas cosas me aportaría datos relevantes. Mi examen físico fue parte de un ritual. Más una terapéutica que una exploración. Una ceremonia milenaria hoy en extinción. Gestos de un cuerpo mostrándole a otro que está allí, que lo que le ocurre le importa.

Ayer Lucía le comentó a la terapeuta una conversación que habíamos tenido unos días antes. Le dijo que yo le había sugerido una consulta psiquiátrica, que tal vez podrían medicar a Sol y colaborar a atenuar su sufrimiento. Le aclaró que yo pensaba que eso iría en la misma dirección que su terapia y que, tal vez, haría que Sol estuviera más receptiva a su tratamiento. La psicóloga se encendió de furia. Le dio a Lucía una clase de reduccionismo biológico, de medicalización de los padecimientos humanos. Le explicó, repleta de ira, cómo los médicos solo vemos órganos y pastillitas en lugar de historias de vida y padecimientos existenciales.

Hace un rato me contó esa experiencia antes de pedirme "permiso" para llorar. Y lloró por Sol, por ella, porque no encuentra respuestas donde se supone que deberían estar. Porque dos personas en las que ella confía no se ponen de acuerdo en algo tan fundamental como la salud de su hija. Porque hace dos meses que no paga la cuota del colegio de Sol para solventar su tratamiento psicológico. Porque le redujeron las horas extras. Porque tiene terror de que su hija se mate.

Desde hace un tiempo entreabre la puerta del cuarto de Sol por las madrugadas. Se queda en silencio, con miedo de que hasta el susurro de su propia respiración la despierte. Espía con un solo ojo, ve el cabello castaño derramándose sobre la almohada, el reflejo de la luna sobre su nariz pequeña. Se canta sin voz, para sí misma, la canción que le cantaba a ella durante las noches heladas en la pensión de Barracas. Vuelve a sentir en los pies ese frío tremendo y el cuerpito de ella chupándole el calor del suyo como le chupaba la teta hasta dejarla vacía. Asoma la lengua sin saber por qué. Quiere lamer las heridas de sus brazos hasta tragarse entera la tristeza que la envenena.  

Volvimos a sentarnos, estaba más tranquila. Apretaba en las manos varios bollitos de papel con los que se había secado las lágrimas. Le acerqué el cesto y los arrojó adentro. Le expliqué que no era correcto que yo interfiriera en un vínculo terapéutico de un paciente con otro profesional. Que había varios caminos para ayudar a una persona y que todos debían consensuarse con el mismo objetivo. Que la licenciada tendría motivos para enojarse, que tal vez no entendió que era una sugerencia y no una orden. Le hice saber que yo no podía pedir una consulta psiquiátrica para Sol si su terapeuta no estaba de acuerdo. Que mi opinión tal vez haya sido imprudente ya que nunca había atendido a su hija. Lucía me dijo que estaba muy asustada, que se sentiría más tranquila si hacía esa consulta. Le repetí que eso era imposible, que había normas éticas entre colegas que yo no podía transgredir. Un código tácito de respeto mutuo entre profesionales. Insistió.

El viernes llamaron de la escuela para preguntar por qué Sol hacía una semana que no iba a clases. La mañana siguiente la esperó detrás de un camión hasta verla salir de la casa. La siguió escondida a cierta distancia entre la multitud que iba para el trabajo. Caminaron unas diez cuadras hasta la Plaza Artigas. Sol se sentó en una hamaca y se balanceó durante más de una hora. Lucía se acercó, la agarró de la mano. Caminaron por Rivadavia hasta la confitería Las Lilas. Tomaron dos submarinos de un chocolate hirviente y espeso que les quemaba la lengua y mediaslunas de manteca. A las dos les quedaron unos bigotes gruesos de espuma blanca y marrón. Les causó una gracia tremenda. La gente las miraba reírse a carcajadas agarrándose la panza sin entender por qué. Volvieron sin decirse nada. Durmieron la siesta abrazadas. Las despertó a las cinco el timbre del primer alumno de matemáticas.

Nos pusimos de pie para despedirnos. Le deseé suerte, le pedí que me llamara para contarme cómo iban las cosas con Sol. Nos quedamos parados mirándonos unos segundos. Una pausa breve, pero más larga de lo normal para esa situación. Sentí que ella esperaba algo de mí y que yo había dejado algo inconcluso. Mientras se acomodaba la cartera enorme, repleta de pruebas de sus alumnos para corregir esa noche, tomé la lapicera. Escribí automáticamente, sin meditarlo, en un acto reflejo. Anoté un nombre y un número de teléfono. Extendí el brazo con el papel, ella abrió la mano. Lo apoyé despacito, como si estuviera dejando una llave secreta sobre su palma húmeda, sacudida por un minúsculo temblor.

Beneficios de crecer en vecindarios verdes sobre el desarrollo del cerebro

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Los espacios verdes durante la infancia se asocian con cambios estructurales beneficiosos en la anatomía del cerebro. Así concluye un estudio realizado en Cataluña, que muestra por primera vez cómo la exposición prolongada al verdor se relaciona positivamente con el volumen de materia blanca y gris.
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<p>La hipótesis de la biofilia sugiere que existe un vínculo evolutivo de los humanos con la naturaleza. / <a href="https://pixabay.com/es/naturaleza-parque-madre-chica-mam%C3%A1-3089907/" target="_self">Pixabay</a></p>
La hipótesis de la biofilia sugiere que existe un vínculo evolutivo de los humanos con la naturaleza. / Pixabay
Los niños y niñas que se han criado en hogares rodeados de más espacios verdes tienden a presentar mayores volúmenes de materia blanca y gris en ciertas áreas de su cerebro. Esas diferencias anatómicas están a su vez asociadas con efectos beneficiosos sobre la función cognitiva.
Esta es la principal conclusión de un estudio publicado en Environment Health Perspectives y liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación Bancaria ”la Caixa”, en colaboración con el Hospital del Mar y la UCLA Fielding School de Salud Pública (UCLA FSPH).
El estudio se realizó en una subcohorte de 253 escolares del proyecto BREATHE en Barcelona. La exposición a lo largo de la vida a espacios verdes en la zona residencial se estimó utilizando imágenes vía satélite de todas las direcciones de los participantes desde su nacimiento hasta el momento del estudio. La anatomía del cerebro se examinó por medio de imágenes por resonancia magnética tridimensional (IRM) de alta resolución. La memoria de trabajo y la falta de atención se evaluaron con tests por ordenador.

El análisis de datos mostró que la exposición prolongada al verdor se asoció positivamente con el volumen de materia blanca y gris en algunas partes del cerebro, las cuales se superpusieron parcialmente con las asociadas con puntuaciones más altas en las pruebas cognitivas.
“Este es el primer estudio que evalúa la asociación entre la exposición a largo plazo a los espacios verdes y la estructura del cerebro”, afirma Payam Dadvand, investigador de ISGlobal y autor principal del estudio. “Nuestros hallazgos sugieren que la exposición a espacios verdes de manera temprana en la vida podría resultar en cambios estructurales beneficiosos en el cerebro”, agrega.
Además, los volúmenes máximos de materia blanca y gris en las regiones asociadas con la exposición a los espacios verdes predijeron una mejor memoria de trabajo y una menor falta de atención, que se encuentran entre las funciones cognitivas más importantes.
Se considera que el contacto con la naturaleza es esencial para el desarrollo del cerebro en los niños. Un estudio previo del proyecto BREATHE con 2.593 escolares de entre 7 y 10 años mostró que a lo largo de los 12 meses de duración del estudio los escolares de centros con mayor espacio verde al aire libre tuvieron mayor incremento en la memoria de trabajo y mayor reducción en la falta de atención que aquellos que asistían a colegios con menos verdor.
Biofilia: el vínculo entre humanos y naturaleza
La hipótesis de la biofilia sugiere que existe un vínculo evolutivo de los humanos con la naturaleza. En consecuencia, se argumenta que los espacios verdes proporcionan a los niños oportunidades de restauración psicológica y estimulan ejercicios importantes como el descubrimiento, la creatividad y la asunción de riesgos, lo que a su vez se cree que influye positivamente en diferentes aspectos del desarrollo del cerebro.
Además, las áreas verdes a menudo presentan niveles más bajos de contaminación del aire y de ruido y pueden enriquecer los aportes microbianos del medio ambiente, todo lo cual podría traducirse en beneficios indirectos para el desarrollo del cerebro.
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Figura del cerebro de un niño que muestra mayores volúmenes de materia blanca y gris por el contacto con espacios verdes. / ISGlobal
“Este estudio se añade a la evidencia creciente que sugiere que las exposiciones tempranas a los espacios verdes y otros factores medioambientales pueden ejercer efectos medibles y duraderos en nuestra salud a lo largo de la vida”, advierte Michael Jerret, coautor y profesor de ciencias de la salud ambiental en la UCLA Fielding School de salud pública.
“Estos resultados también podrían proporcionar pistas sobre cómo dichos cambios estructurales podrían ser la base de los efectos beneficiosos de la exposición al espacio verde en el desarrollo cognitivo y conductual observados”, completa Jesús Pujol, médico del servicio de Radiología del Hospital del Mar y también firmante del estudio.
A su vez, el investigador de ISGlobal y último autor del estudio, Jordi Sunyer, considera que “este estudio suma nuevas evidencias sobre los beneficios de transformar nuestras ciudades incrementando el entorno natural”.
Los autores coinciden en que se requieren más investigaciones para confirmar los resultados en otras poblaciones, entornos y climas, evaluar otros resultados cognitivos y neurológicos y examinar las diferencias según la naturaleza y la calidad del espacio verde y el acceso y uso de niños y niñas a los mismos.