miércoles, 10 de enero de 2018

PSICÓLOGO DE TRIBUNA DE FÚTBOL

Dentro del amplio catálogo de ruindades que se han dicho sobre Diana Quer, de su hermana y de su madre, destaca, por sólo unos centímetros, una crónica abyecta en la que se contaba que la madre de Diana Quer frecuentaba un bar en el que las mujeres buscaban a hombres para casarse con ellos. No sabemos si la coincidencia de estas mujeres se producía con hombres que quedaban en aquella cafetería para, no sé, leer a Rubén Darío, hombres ínclitos de raza ubérrima.
Ocurre cuando no hay noticia, pero sigue habiendo morbo y audiencia. No hay nada que contar, pero hay que seguir contando como si hubiera algo nuevo que contar.
¡Qué puntería! que siempre se pone el foco en la mujer, la mujer culpable, sentenciada antes de encontrar su propio cadáver, el de su hija, el de su hermana. La madre de Diana Quer le decía a su hija que se tomara un “orfi”, y ahí parecía asomar la culpa. Contaban que la hoy asesinada tenía, al parecer, querencia por los malotes, que se llevaba mal con su hermana y las dos con su madre, que las tres eran unas histéricas. Sospechosas.
No tardó mucho en salir la especie de que Diana buscaba fuera de la familia el cariño que no encontraba en su familia. ¡Qué nivel de conocimiento hay que aparentar para escribir eso! Es como meterse en la cabeza de un suicida. El psicólogo de guardia dijo que Diana era depresiva y tenía la autoestima por los suelos. Humm. Más delitos.
Por supuesto, el hecho de que sus padres estuvieran separados –ella buscando otros hombres, en bares de hombres, se contaba, cercanos al lugar en el que apareció el móvil de su hija, él se supone que embebido en la hermenéutica de Rubén Darío –también influía poderosamente en la trama de sospechas sumadas sobre Diana Quer. Diana presentada como culpable de sí misma. Culpable sentenciada, sin posibilidad de defensa. Diana y su madre, las malas de la película; la hermana de la asesinada, sospechosa secundaria.
Mientras las tres mujeres eran criminalizadas, el padre miraba a cámara con la solvencia del que se siente libre de las miserias de las tres hembras, como un actor de culebrón, cuerdo en un mundo de locas. Miraba a cámara previo pago de un asesor de imagen y solemnizaba que él era el único que se mostraba emocionalmente solvente ante una situación desgarradora.
La madre de Diana Quer, como si tuviera afasia, era sospechosa por el destrozo de la desaparición en el relato de algunos medios. Llegó a comparecer acompañada por otra mujer, una amiga, que trataba de explicar que lo estaba pasando mal, que ella no era la culpable y que deseaba que su hija volviera. Secuencia de obviedades difíciles de transmitir por una mujer devastada por la pérdida y enfocada como potencialmente culpable. En medio, le quitaron la custodia de su otra hija y el padre cuerdo y asesorado dijo: ya era hora, demasiado tarde.
Cuando un hombre asesinó a una mujer en El Salobral (octubre 2013), hubo quien escribió que era una muerte “pasional”, que la cría estaba “muy desarrollada”, que en su perfil escribía de sí misma “oscuridad”, que era “gótica”, que su madre estaba “separada”, que “la tuvo muy joven”. Verdades consecutivas que construían una enorme mentira: la asesinada era culpable. (Decían otras cosas de la chavala asesinada, pero me niego a reproducirlas).
El asesino, apodado el “Fraguel”, era relatado como “amigo de sus amigos” -la noticia sería que fuera enemigo, digo yo-, que le gustaban las motos, que tenía destreza en el manejo de las armas y que ya había dicho muchas veces que la mataba  -vamos, que era coherente-, serie de verdades que construían la mentira de que era un tío enrollao. Sus amigos engominados así le describían después de que asesinara a su novia, después de que esta le dijera que ya le valía, que cortaba.
Hay crónicas que dicen, en otros crímenes machistas, que sorprendía que un hombre hubiera asesinado a su mujer, cuando eran una familia “estructurada”. Otro día quedamos y nos explican qué es lo que es, eso de estructurada.
El caso es que antes de que apareciera el presunto culpable del asesinato de Diana Quer -un homínido reincidente-, detenido gracias a su redundante reincidencia, ya se había establecido una alineación de culpables que empezaba por la propia víctima, por su madre y por su hermana.
No pasa nada. Ojalá no vuelva a ocurrir lo mismo, pero seguro que algunos lo contarán igual.

UN VIEJO REFRÁN "NADA PEOR QUE UN MEDICO DE LA CÁRCEL"


El preso resucitado en Asturias: "Lo primero que recuerdo es estar en una bolsa negra"


Gonzalo Montoya, el joven que fue dado por muerto en la prisión de...
Gonzalo Montoya, el joven que fue dado por muerto en la prisión de Villabona (Asturias) E.M.

"Lo primero que recuerda es que estaba dentro de una bolsa negra. Como no podía hablar, empezó como a hacer rugidos. Entonces un médico comenzó como a notar los rugidos y abrió la bolsa cuando lo tenían ya para hacerle un autopsia y el médico se asustó mucho. Mi marido se puso a chillar y a sacar los brazos fuera de la bolsa y luego comenzaron a ponerle aparatos y medicamentos para recuperarlo".
Así ha contado Gonzalo Montoya a su esposa su increíble resurrección en el Instituto de Medicina Legal de Oviedo, el pasado domingo, cuando estaban a punto de realizarle una autopsia. El joven, de 29 años, amaneció aparentemente muerto en su celda del centro penitenciario de Villabona (Asturias) después de que se tomara un puñado de pastillas con la intención de quitarse la vida. Dos médicos de la prisión lo dieron por muerto y así lo certificó también el facultativode la comisión judicial que acudió a Villabona para ordenar el levantamiento del supuesto cadáver.
"Hablando en plata, casi me matan a mi hijo, casi me lo asesinan, porque él estaba vivo. No sé cómo estos dos médicos que certificaron que él estaba muerto lo pudieron pasar por alto, más el juez que enviaron a la cárcel...", cuenta atropelladamente José Carlos MontoyaPepe, padre del protagonista de esta increíble historia, aún aturdido por el shock de haber creído durante unas horas a su hijo muerto.
"Lo metieron en la bolsa, lo trasladaron en una funeraria hasta llevarlo a las autopsias, me lo metieron en la congeladora y, luego, cuando le iban a hacer la autopsia, ya marcado, al sacarlo de la bolsa para ponerlo encima de la camilla, mi hijo dio señales de que estaba vivo, se movió y roncó. E inmediatamente lo pasaron para el Hospital Central de Asturias. Y por eso ahora mi hijo tiene tocado un poquito el riñón, de meterlo en la nevera ha cogido la enfermedad esta del frío [neumonía] y le han sacado un montón de líquido de la espalda, está completamente desfigurado, muy hinchado...».
Situémonos un día antes de los hechos, el sábado 6 de enero, día de Reyes. La esposa de Gonzalo, Catia Tarancón, de 30 años, lo visita en prisión y le lleva, tal y como él le ha pedido, algunas fotografías de los cinco hijos de la pareja, de entre 15 y cuatro años. Al mayor, Marcos, lo tuvo Gonzalo cuando sólo tenía 14. "Yo lo vi triste, llorando por los críos, que tenía ganas de estar con los críos, 'ya te queda poco, estoy hay que pasarlo'... Lo vi triste, pero esto no me lo esperaba... Es que se murió y resucitó otra vez", cuenta la esposa, aún aturdida por lo sucedido. Pronunció también Gonzalo unas palabras en las que Catia entonces no reparó: "Mañaña [por el domingo] me sacan para afuera". "Y, efectivamente, salió, pero muerto", interviene Pepe, el padre.


Varios intentos de suicidio

A la familia no le sorprendió el estado de ánimo de Gonzalo, que arrastra, según explican los Montoya, un complicado historial psicológico y varios intentos de suicidio previos. "Esta vez se tomó un bote de pastillas de su medicación", explica Catia. "Allí en Villabona se las tomaba para los nervios, para dormir. Él tiene claustrofobia y ataques epilépticos, no puede estar encerrado en una celda, y hacía tres días que a su compañero le dieron la libertad y se agobió mucho... No sé que pasó que al día siguiente lo encontraron muerto".
La familia cuenta que Gonzalo ya había intentado suicidarse o lesionarse anteriormente al menos en dos ocasiones. Nada más entrar en prisión, aseguran, quiso colgarse con una cuerda pero un preso lo vio y se lo impidió. Otra vez se cortó en un brazo en presencia de varios funcionarios. Visto este historial, resulta sorprendente que manejara un bote de pastillas, según asegura la familia. "Cada vez que voy a comunicar con mi hijo me las enseña, seguramente le dan para 15 o 20 días. Las cogió y se las comió todas, muchísimas", dice el padre.
Preguntados por el manejo de la medicación que tenía Gonzalo y por la actuación de los médicos de prisión en el caso, Instituciones Penitenciarias sólo responde que, "como sucede con cualquier incidente en prisión, se ha abierto una investigación para el esclarecimiento de los hechos". Los Montoya, por su parte, han contratado los servicios de un despacho de abogados, que está estudiando el caso con vistas a emprender acciones legales. "Pido, como padre, ya que le queda muy poco para cumplir su condena y por lo que pasó, porque lo dieron por muerto, el indulto", dice Pepe.
A Gonzalo Montoya Jiménez, el pequeño de cuatro hermanos, todos chicas menos él, lo apodaron nada más nacer El Chino. "Tenía los ojos tan achinados que empezamos a decir 'este no es hijo de un gitano, es hijo de un chino'", cuenta su padre. La familia, perteneciente a un clan gitano muy arraigado en Asturias, se ha dedicado siempre a la venta de chatarra. Fue precisamente un robo de chatarra, "en Central Lechera Asturiana", según explica el progenitor, lo que lo llevó a prisión con una condena de tres años y seis meses de cárcel, de la que sólo le quedan seis meses por cumplir.
A decir de los Montoya, en este tiempo no ha disfrutado de ningún permiso penitenciario. "Secuelas le van a quedar y bastantes. Lo que quiero es que lo saquen para casa, para que no lo vuelva a repetir", pide su esposa. Tras varias horas en un refrigerador mortuorio y dos días en la UCI del HUCA (Hospital Universitario Central de Asturias), el martes por la tarde, Gonzalo Montoya fue trasladado a planta.