martes, 3 de abril de 2018

NO ES LA SALUD,ES LA POLITICA


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El presidente de Argentina, Mauricio Macri, en la Casa Rosada el 7 de marzo de 2018CreditNatacha Pisarenko/Associated Press
BUENOS AIRES — Uno, el papa es argentino. Dos, el presidente es de derechas y líder de un partido conservador. Tres, la Argentina comenzó a debatir si legaliza el aborto. ¿Qué pasó? Una lección de pragmatismo o de oportunismo político.
Todo comenzó cuando el presidente Mauricio Macri alteró el tablero político al inaugurar las sesiones del Congreso. Ese día, 1 de marzo, dijoque pese a que él estaba en contra del aborto, favorecía un debate “maduro y responsable”.
En la Argentina el aborto está permitido en casos en los que corra peligro la vida de la mujer o su salud física, pero el debate sobre su despenalización se ha pospuesto por décadas. Se trata de una conversación apremiante, pero la declaración de Macri sacudió al país. Entre otros motivos, porque Macri es el líder de Propuesta Republicana (PRO), un partido de centroderecha y conservador. En 2015, Macri llegó al poder gracias a la coalición Cambiemos, una alianza de su partido con Unión Cívica Radical —representante histórico de la clase media argentina— y con Coalición Cívica ARI, cuya líder, Lilita Carrió, se mostró durante años en público con un gran crucifijo sobre su pecho.
Para Macri, sin embargo, abrir el debate no fue una cuestión ideológica. Es  pragmatismo. Con minoría en ambas cámaras del Congreso, el presidente calculó que tenía dos opciones. O buscaba impedir el debate y boicotear el proyecto que comenzaron a discutir los diputados, con el consiguiente riesgo de que el texto que se apruebe llegue demasiado lejos; o, por el contrario, enviaba a sus legisladores a debatir, buscar algún consenso y limar las aristas más controvertidas.
Ese fue, grosso modo, el argumento que el presidente les planteó a los obispos en uno de sus últimos encuentros a solas, cuando los representantes la Iglesia católica —y del papa en la Argentina— le pidieron explicaciones por habilitar el debate sobre el aborto en el Congreso.
Lo que Macri no les dijo a los obispos son otras motivaciones que sí baraja en su círculo más cercano. Entre ellas, que el debate legislativo —y social— sobre el aborto le permite opacar en la agenda pública otros asuntos más incómodos para su gobierno, como la marcha de la economía —los resultados alcanzados en crecimiento y desempleo aún no llegan a los bolsillos de los argentinos, a los que golpea la inflación— o los problemas que afrontan algunos de sus colaboradores, como el ministro de Finanzas, Luis Caputo, por su participación en el entramado de un paraíso fiscal, o el ministro de Trabajo, Jorge Triaca, por las revelaciones sobre nepotismo y la designación de una empleada doméstica en un sindicato intervenido.

Por supuesto, algunos referentes del peronismo se han olido la jugada. Entre ellos, Miguel Ángel Pichetto, jefe del bloque peronista en el Senado, quien
 acusó al gobierno de Macri de apelar al debate sobre el aborto para tapar lo que está “pasando con la economía o situaciones que se vivieron con algunos funcionarios”.Es una estrategia peligrosa. Una vez más, nos lanzamos a un debate que puede alimentar la ya célebre “grieta” que divide políticamente a la sociedad argentina. Podemos salir beneficiados, como ocurrió tras la aprobación del matrimonio igualitario. O dividirnos aún más. Dependerá, entre otros factores, de cómo actúe el Congreso, cómo participe la sociedad y cómo informen los medios de comunicación.
El debate en marcha le aporta al presidente otro beneficio: le permite discutirle a su predecesora, Cristina Fernández de Kirchner, en un territorio, el progresista, que hasta ahora la senadora consideraba exclusivo. Y no son pocos los que plantean que una presidenta populista de izquierda se negó siquiera a debatir el aborto que ahora un presidente de derecha podría aprobar.
Para los seguidores del papa, sin embargo, el responsable último de la movida es Jaime Durán Barba, el estratega electoral de Macri, quien no trabaja en la Casa Rosada y es oriundo de Ecuador.
Ante la prensa, Durán Barba ya había adelantado sus ideas, en noviembre de 2015, cuando Macri era presidente electo, pero aún no había asumido el cargo. “Si una señora quiere abortar, que aborte”, planteó entonces, para luego minimizar la influencia del papa Francisco en la Argentina: “Lo que diga un papa no cambia el voto ni de diez personas, aunque sea argentino o sueco”.
Desde entonces, los obispos argentinos lo tienen entre ceja y ceja. Pero a Durán Barba le da igual porque se apoya en los datos cuantitativos que alimentan su abordaje pragmático. Distintas encuestas muestran que los argentinos mantienen opiniones divididas sobre el aborto, pero que existe una tenue mayoría a favor de su despenalización y garantizar la libertad de opciones a las mujeres.
A todo esto, Macri también calla otro factor que lo ilusiona o, al menos, lo sosiega. Confía en que el Senado termine por bloquear o incluso rechace la legalización del aborto. No por razones partidarias —el peronismo controla la mayoría en esa cámara y se muestra dividido al respecto—, sino porque conoce la postura personal de cada senador. Cuestión de hacer cálculos.
Sensible como pocos, sin embargo, este debate le aporta una oportunidad singular a la desgastada clase política argentina para promover el diálogo, limar aristas extremas y alcanzar un texto consensuado. Si lo logran, sería histórico, aunque ese proyecto nunca salga del Congreso.
¿Por qué? Porque si, en efecto, el Senado termina por decirle no a la legalización del aborto, le haría otro favor al presidente: le evitaría afrontar la disyuntiva de promulgar una ley que en su fuero íntimo rechaza. O vetar una ley que aprueba la mayoría.
La Argentina es así.

RETRATO DE RAJOY

Cómo pillar a un mentiroso?

Aunque parezca increíble, engañar es un arte no apto para todos los públicos. Su práctica efectiva requiere de una importante actividad cerebral e implica un intenso ejercicio de memoria y control de los gestos y las emociones
Aunque intentemos controlarlo, cuando mentimos a alguien, nuestro cuerpo nos delata. No existe un detector fiable, a nadie le crece la nariz, pero sí hay pistas que nos pueden indicar el riesgo de que alguien nos está engañando. La policía, los investigadores y los servicios de inteligencia de los gobiernos lo saben y se instruyen para detectarlo.Decir la verdad es un acto cerebral simple. Sólo hay que bucear en nuestra memoria, recordar los detalles de lo que vamos a contar y hacerlo tal cual. Sin florituras. Mentir, sin embargo, requiere una intensísima actividad mental, lo que al final puede llevar al error. No es fácil cambiar el relato, hacerlo coherente y, sobre todo, creíble. Al construir una nueva versión tenemos que intuir o saber qué información tiene el otro para que no nos pille. Mientras hablamos, vamos calibrando las señales que emite: vemos si nos está creyendo o no, e ir así adecuando la historia. Por si fuera poco, hay que memorizar la trola que estamos soltando y evitar caer en contradicciones.

Según explican en el seminario
 Detección del riesgo de mentira impartido por la Escuela de Inteligencia de la Universidad Autónoma de Madrid, hay dos tipos de señales que nos dejan en evidencia:Las que muestran la tensión que llevamos dentro a través de movimientos faciales (como la dilatación de las pupilas, el parpadeo excesivo, el mantener la mirada con frialdad o, por el contrario, esquivarla) o corporales (movimiento de piernas, jugar con un objeto). Y las que muestran una emoción reprimida, como una casi imperceptible mueca de satisfacción o un desvío de la mirada que denota incomodidad. Algo parecido a decirle a la pareja que vienes de trabajar cuando la cruda realidad impuso una visita al amante. Se puede detectar el engaño a los cinco segundos de que empiece el relato, pues en ese momento se fuerza la expresión para convencer al otro. Otra situación clave es justo al final, cuando el mentiroso se relaja y afloran sus verdaderos sentimientos (y sus incoherencias).Por si esta labor cognitiva fuera poca, en la mentira intervienen factores emocionales muy potentes, como la excitación que nos provoca lograr colar una historia con éxito, el miedo a que nos pillen y la anticipación de la vergüenza y la culpa, si al final descubren el engaño.no debe obviarse que se necesitará mucho más tiempo del necesario para decir la verdad. En esta demora y en la complejidad de sus mecanismos radica la facilidad para cometer fallos. Cualquier gesto involuntario acaba delantándonos. Al mentir tenemos dos emociones contrapuestas y enfrentadas: la excitación por el éxito y el miedo al fracaso. Intentar reprimirlas no es nada fácil: nuestros gestos las reflejarán de una u otra manera en cualquier desliz. Si a esto añadimos el control sobre el contenido de nuestro relato, hace falta una personalidad muy determinada para mantener cara de póker.
¿Cómo pillar a un mentiroso?
La falsedad se intuye también con los movimientos de la cabeza que contradicen el mensaje verbal, como negar algo de palabra pero asintiendo con la cabeza, o al contrario. Las manos pueden traicionarnos: usarlas excesivamente, tocarse o frotarse la nariz, la cabeza, los ojos o cubrirse parcial o totalmente la boca al hablar podrían indicar que la historia que nos cuentan es una farsa. La tensión acumulada produce un aumento de la temperatura corporal, lo que hace que tengamos mucha sed, calor, queramos desabrocharnos algún botón de la camisa, desanudarnos la corbata, quitarnos el collar. Sospeche si alguien se aprieta continuamente los labios. Cuando engañamos a alguien, el cuerpo tiende a distanciarse, ya sea cruzándose de brazos o poniendo un bolso o una chaqueta en el regazo como muestra de separación. Desconfíe de los continuos movimientos de piernas o de pies, de los tics nerviosos, de los apretones de manos. Preste atención si el interlocutor no para de jugar, presionar o tocar continuamente cualquier objeto que tenga cerca.
Estas expresiones no van nunca aisladas. Si uno quiere averiguar la verdad, hay que examinarlas en su conjunto. Eso sí, antes que nada debe conocer bien a esa persona: saber si tiene tics, si suele hablar rápido o lento, si es tranquilo o nervioso. Las señales pueden ser engañosas. Una apariencia de frialdad, por ejemplo, es relevante en alguien normalmente inquieto. Al final, Pinocho es un cuento: no existe un mecanismo fiable para detectar la mentira, pero hay ciertos gestos que inconscientemente nos hacen dudar. Así que si quiere mentir, aplíquese este cuento. 

MEDICOS CORRUPTOS Y PESETEROS...ME DAN ASCO

Pediatras y oncólogos piden que se vacune a los niños del virus del papiloma

Los expertos advierten de que el virus está detrás de numerosos tipos de cáncer que afectan tanto a hombres como mujeres

El ahorro de costes sanitarios que representaría la vacunación universal merece la pena, defienden los profesionales de la salud

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Uno de los indicadores más importantes de la salud de un sistema sanitario son las listas de espera quirúrgicas. A través del estudio del número de personas que se encuentran en ellas y del tiempo medio de espera, podemos inferir si la atención sanitaria especializada se da en un margen de tiempo razonable. Por otro lado, también nos indica si el personal sanitario es el adecuado para el volumen de pacientes a los que atiende. Debido a su importancia, tanto sanitaria como electoral, los políticos de cada comunidad autónoma tratan de garantizar, por ley, un plazo de respuesta quirúrgica para los pacientes. Esto es, un plazo máximo de tiempo en el que deben realizarse las cirugías.
De esta forma, unas listas de espera que se incrementan en número de pacientes y de tiempo medio de espera a lo largo del tiempo nos indican que algo está fallando: puede ser que el personal sanitario no dé abasto ante las demandas sanitarias de los pacientes, bien sea porque sean menos de los que deberían, porque no disponen de los recursos necesarios (disminución del número de camas por hospital) o porque, por alguna razón circunstancial, las demandas sanitarias se incrementen.
Como comentábamos en “¿Cómo han afectado a la sanidad 10 años de crisis?” , debido al panorama general de recortes de los últimos años se ha producido una reducción y precarización general del personal sanitario y también un aumento general de los tiempos medio de espera en diferentes territorios de España. Sin embargo, es muy difícil saber con certeza la verdadera realidad tras esta tendencia. ¿Por qué?  Por la sencilla razón de que las trampas para maquillar las listas de espera están a la orden del día.
Como verán a continuación, la variedad de retoques que se pueden aplicar para mejorar las apariencias de un sistema sanitario tan sólo está limitada por la imaginación o la falta de escrúpulos. Dado que no existe un criterio estándar y universal para definir el comienzo y el final de la espera de un paciente para una determinada cirugía, hacer cambios metodológicos para mejorar los tiempos se convierte en una tarea de ingeniería sanitaria nada infrecuente. Estos son algunos ejemplos de maquillajes (confirmados o denunciados) que se han dado en nuestro país:
–Retrasar lo máximo posible la incorporación de los pacientes a las listas de espera quirúrgicas mediante la retención de citas médicas previas o el retraso de la derivación al especialista. Esta artimaña es muy frecuente y se da en múltiples lugares de nuestro país de forma oficiosa. Sin embargo, esta directriz, junto a otras, se hizo pública a través de un documento filtrado del  Hospital de Huelva.
–Dejar de contar a las personas en las listas de espera cuando ya han recibido la carta con el día para la cita para la cirugía (independientemente de cuándo se vaya a realizar ésta). Fue lo que denunció que ocurría en Castilla y León.
–Incluir o quitar determinadas cirugías al registro de las listas de espera si benefician al cómputo final del tiempo medio de espera. Así, si se incluyen cirugías menores, que son más fáciles y sencillas de realizar o se quitan aquellas más complejas, se puede mejorar fácilmente el tiempo medio de espera global.
–Priorizar las operaciones menos complejas y con menor tiempo necesario de intervención. Fue lo que se detectó en el Hospital de Burgos, entre otras prácticas, y su denuncia provocó la dimisión del responsable del área quirúrgica del hospital.
–Ofrecer a los pacientes la posibilidad de derivación a centros privados o concertados para la cirugía, especialmente cuando está a punto de sobrepasarse el plazo de tiempo máximo, y así dejar de computarlos en las listas de espera. En caso de que los pacientes rechacen dicha derivación pasan a una lista en la que esperan más tiempo. El  Sindicato Médico Andaluz ha denunciado estas y otras prácticas con anterioridad. Aunque esto también se da en otros lugares como la Comunidad de Madrid, donde además se cambió el criterio de inclusión de pacientes a la lista de espera (antes se daba tras la consulta con el anestesista, tras el cambio se fijó como el momento en el que el médico indicaba la intervención quirúrgica).
–Suprimir la información sobre las listas de espera en sus momentos más críticos, al cambiar los periodos de tiempo sobre los que se informan.  El Gobierno de Feijóo recurrió a tal estrategia para ocultar los peores datos de cada año en las listas de espera, autorizándose así mismo por ley.
La solución ante este maquillaje indiscriminado de cifras sería tan sencilla como indeseable para los políticos: establecer un criterio universal en todo el territorio español e inamovible para definir las listas de espera. De esta forma, cualquier cambio de criterio futuro sería una línea roja y dejaría en descarada evidencia la intención de manipulación. Si una medida así se tomara mañana mismo (soñar aún sigue siendo gratis…) nos llevaríamos una ingrata sorpresa sobre la realidad nacional de nuestras listas de espera. Mientras tanto, ojos que no ven, corazón que no siente.