viernes, 13 de abril de 2018

Enojate, hermana
Verde feminista
¿Cómo sucedió este milagro de visibilización? ¿Cómo ocurrió que de repente en un debate sobre el aborto en la televisión la mayoría está a favor? ¿Cuándo pasó? ¿Desperté de un coma de diez años? ¿Cómo es que despertaron los que estuvieron en coma diez años? ¿Cómo fue que de ser tan pocas en el Congreso se pasó a una búsqueda desesperada por el pañuelo verde de la Campaña Nacional por el Aborto Legal? La cantidad de mujeres y hombres que este año se han sumado a manifestarse a favor del aborto puede medirse en esta demanda de pañuelos verdes. Pañuelos que son producidos por una cooperativa de mujeres en el pueblo de Vaqueros, Salta, y que ahora encuentran competencia, en unos extraños hombres parados en las esquinas aledañas al Congreso, vendiendo sendos pañuelos, de no exactamente el mismo verde, con no exactamente el mismo logo. Esas leves variaciones siniestras, que nos asustan también en el Pluto y Micky Mouse del tren de la alegría en la costa argentina. Estén atentas a esas leves variaciones siniestras, en ellas yace la clave del mensaje final, en esas variaciones está la trampa. 
Estoy a favor del aborto desde que tengo relaciones sexuales, simple. Antes de cualquier noción feminista esta convicción regía mi vida. Si sos mujer heterosexual viviste más de una vez el miedo infundado, o no, a quedar embarazada. Este fantasma siempre está en nuestras camas. Seguramente tomaste la pastilla del día después, seguramente más de una vez te hiciste una prueba de embarazo, transpirando y temblando, mientras hacías promesas ridículas, a un dios en el que no crees, de abandonar el pucho y el chocolate por dos años. No me cabe duda de que mil veces sufriste en silencio, porque la fecha ya había pasado, pero no ibas a molestar todavía a Mati con esto, y entonces mientras te pasabas el día entero yendo al baño a chequear si te había venido o no, Mati estaba jugando en la play lo más tranquilo. Sé muy bien todo lo que gritaste, bailando en culo, y probablemente manchando todo el piso del living, cuando finalmente apareció la bendita menstruación. Por suerte, también entendida como privilegios de clase no sé lo que es quedar embarazada cuando no lo querés sin tener a quien acudir, ni lo que se siente arriesgar tu vida en una camilla. 
Nuestra urgencia es irrefutable, las mujeres de las clases populares mueren en abortos clandestinos de las maneras más cruentas, esto no debería necesitar ni debate ni explicación. Esta es nuestra urgencia, pero la urgencia no nos confunde, no es momento de buscarle variaciones siniestras a una lucha que se trata de la autonomía y soberanía de nuestros cuerpos. Esta lucha es por definición feminista, y no aceptarlo es una trampa. Esta lucha es a favor del aborto en todas las instancias, lo otro ya lo tenemos. Esta lucha tiene heroínas que hace años se enfrentan a los monstruos, por eso, quiero citar a una de ellas, compartiendo la brillante exposición de Dora Barrancos en la cámara de diputados: “Me encuentro entre quienes defienden el aborto legal para afirmar el derecho al disfrute sexual separándolo absolutamente de la reproducción. Es un derecho humano fundamental, que tiene que sernos dado a las mujeres. Por lo tanto, yo sostengo que debe dársenos esa prerrogativa para igualar las condiciones del ejercicio de la sexualidad diferencial entre hombres y mujeres. El sexo no embaraza a los hombres, a menos que se trate del caso de personas transgénero, pero el embarazo sí cambia de cuajo la vida de cualquier mujer y la cambia desde el momento mismo del intercambio sexual, ya que basta situarse en la experiencia de toda mujer, para comprender que el coito no puede liberarse de la sombra del embarazo, aunque se tomen responsablemente todas las medidas (…) Insisto en sostener el aborto, su despenalización como una contribución para la vida de las desprotegidas, de las excluidas y lo hago igual enfáticamente en nombre de nuestros derechos fundamentales”.